La longevidad, felizmente asociada al crecimiento en todo el mundo de la esperanza de vida, es ya una realidad social de primerísima importancia, cargada de oportunidades y también de una necesaria revisión de cuanto tiene que ver con el cambio sociodemográfico que se está produciendo.
Precisamente para contribuir a la mejor percepción e integración de esta prometedora circunstancia ha nacido el Programa para una Sociedad Longeva, impulsado por la Fundación General de la Universidad de Salamanca, a través del Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE), y en el marco del Programa de Cooperación INTERREG V-A, España-Portugal, POCTEP, 2014-2020, del Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Entre sus diversas actuaciones, ocupa un lugar destacado la desarrollada bajo el lema “Juntos damos más vida a Zamora”, que trata de identificar un modelo de calidad de vida para las personas mayores, que servirá de referencia nacional e internacional, como expresión de una sociedad integradora, inclusiva y sostenible económicamente. Todo ello, a partir de una serie de actuaciones que tienen que ver con la Educación, la Economía, la Salud, el Empleo o la Cultura. Precisamente en esta última área se inscribe la puesta en marcha de la iniciativa Belenes del Mundo, que nace como:
- Una acción cultural innovadora.
- Una feliz propuesta de encuentro intergeneracional.
- Una nueva forma de acercar la cultura a todos los ciudadanos.
- Una experiencia liderada por los mayores y replicable a otros tantos entornos.
Todo ello, estará acompañado de una investigación que permitirá establecer los protocolos imprescindibles para convertir las ofertas culturales en elementos dinamizadores de la población de edad, desde un planteamiento abierto, sugerente, participativo y enriquecedor.
Belenes del mundo es una actividad que se lleva a cabo en colaboración con la Diputación de Zamora y la Agrupación Belenista La Morana, y supone la realización de un conjunto de acciones consecutivas:
a) Contacto con las instituciones y asociaciones interesadas en colaborar con el proyecto.
b) Selección de las personas participantes de manera activa en la investigación: mayores, adultos, jóvenes y niños.
c) Encuentros presenciales y telemáticos con dicho colectivo.
d) Difusión de la información relevante para el desarrollo conjunto de la experiencia.
e) Exhibición de una exposición belenística internacional, procedente de la mejor colección privada del mundo en su rango.
f) Visita y dinamización de la propia exposición.
g) Recogida de datos.
h) Evaluación de la investigación.
i) Redacción y difusión del estudio de investigación y de sus conclusiones.
Para la primera de las acciones, se han diseñado un conjunto de elementos comunicativos e informativos, estructurados en torno a tres ejes fundamentales:
1.- Belenismo. Secretos y claves de esta singular expresión artística, de tanto arraigo en la ciudad de Zamora.
2.- Diario de una colección.Informaciones que ayudan a identificar y conocer los detalles más singulares de piezas relevantes de la exposición.
3.- Textos literarios. Conjunto de villancicos – en su versión textual y auditiva – que refuerzan y amplifican los contenidos de los anteriores bloques informativos.
Todo ello se sustenta sobre un particular Calendario de Adviento, correspondiente a los 57 días que abarcará la fase de difusión de información y que se iniciará el 10 de noviembre de 2020 para finalizar el 6 de enero de 2021.
En cada día de dicho Calendario se podrá encontrar una información relacionada con los repertorios temáticos citados, componiendo a la postre un acervo informativo básico, creado con la intención de ser compartido en los núcleos familiares, de amistad, educativos, culturales y sociales, siendo las personas mayores sus principales transmisores.
INTRODUCCIÓN
Bajo el epígrafe Belenismo, nuestro Calendario de Adviento de Belenes del Mundo irá ofreciendo diferentes piezas informativas que nos permitirán recordar, ampliar o descubrir aspectos claves en torno al belén. En el texto se incluyen enlaces para, si se desea, ampliar los contenidos aportados.
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La celebración de la festividad de la Natividad del Señor es de origen tardío en el calendario cristiano, pues, en los primeros tiempos, las comunidades celebraban fundamentalmente las fiestas en torno a la Pasión y la Resurrección de Jesús.
Sin embargo, en el siglo IV, se produjo una ardiente discusión teológica en torno a si Jesús era Dios desde su Bautismo en el Jordán o desde el propio momento del Nacimiento. La discusión se saldó definitivamente en el primer Concilio en la Historia de la Iglesia, celebrado en la ciudad de Nicea (325), Asia Menor, y convocado por el emperador Constantino I, precisamente a instancias de un prelado español, el Obispo Osio de Córdoba.
En dicho Concilio se estableció que Jesús era Dios desde el propio momento de su Nacimiento, gracias también a la defensa de esa tesis que hicieron los representantes de la Iglesia hispana, secundados por un joven obispo de la ciudad turca de Myra – el futuro san Nicolás (los caminos navideños empiezan a cruzarse…)-, acuerdo que se consolidó en el Concilio siguiente, Constantinopla (361).
Fue precisamente entonces cuando se planteó la necesidad de crear una festividad al respecto, que difundiera la nueva doctrina teológica y estableciera la importancia del Nacimiento de Jesús, en justa correspondencia con las celebraciones de otros episodios de su vida humana y espiritual, a los que hicimos referencia en el comienzo de este texto. Y, tras de no escasas polémicas, por razones que en su momento explicaremos, se concertó que la fiesta en torno al nacimiento de Jesús se celebraría, en todo el orbe cristiano, el día 25 de diciembre de cada año. Y casi inmediatamente se asociaron a esta festividad sus colores arquetípicos: el verde, como símbolo de la vida – terrenal y espiritual- que renace y, precisamente por ello, de la esperanza; el rojo, como imagen de la sangre de Cristo, de la generosidad y del amor divino; el blanco, en recuerdo de la nieve y de la pureza; el púrpura-color del Adviento-, símbolo de la unión de tierra y cielo; y el dorado, homenaje permanente a la luz. Y a la Luz.
La Natividad, y el resto de escenas que completan su ciclo, han sido fuente inagotable para el Arte universal, especialmente en la pintura, con obras de valor insuperable.
En el Imperio romano tardío se celebraba con gran regocijo y solemnidad la festividad del Sol Invictus, del Sol Invencible. Coincidía con el solsticio de invierno, es decir, con el momento en que la Noche, las Tinieblas, van cediendo su protagonismo a la Luz, al Sol que, poco a poco, hace que los días sean más largos, cálidos y luminosos.
Como para los cristianos Jesús es la Luz del Mundo- “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8:12)”-, el Sol que nace y, sin dejar de ser Dios, se hace hombre para librarnos de la Oscuridad, a la hora de buscar una festividad en la que celebrar su venida, los padres de la Iglesia escogieron la del 25 de diciembre. Curiosamente, si, a partir del día 25 de diciembre, retrocedemos nueve meses en el año, llegaremos al 25 de marzo, día en que la Iglesia católica celebra la Encarnación, el momento en que, en el vientre de María, Jesús empezó a hacerse carne.
Y, al mismo tiempo, el calendario cristiano instauró la celebración de la Nochebuena, que finaliza en la medianoche del día 24, en el canto del gallo – de ahí el nombre de la célebre Misa-, el momento “exacto” del alumbramiento de María.
Tal denominación – Misa del Gallo - recoge, de un lado, la vieja tradición apócrifa que narra cómo, en el Portal de Belén, habitaba un gallo, que fue el primero en anunciar al mundo el nacimiento del nuevo Dios; y de otro, la simbología ancestral de esta ave, tantas veces asociada al ciclo solar, y mencionada además en varios de los escritos de la Biblia. En el Libro de Job es el símbolo de la inteligencia venida de Dios, como el ibis, en tanto el Talmud lo considera símbolo de urbanidad, porque introduce a su señor el Sol anunciándolo con su canto.
Finalmente mencionar que el gallo también está relacionado con el toque de diana de las centurias romanas, hecho que se producía en torno a las tres de la mañana mediante el sonar de un instrumento de viento llamado precisamente gallus.
En cualquier caso, sea como símbolo de renacimiento y de fecundidad, propio de las culturas precristianas, de anunciador del amanecer o como mensajero privilegiado de la venida de Jesús, el gallo dio nombre a esta Misa, en la cual, durante muchos años, era muy común que, en un momento dado de la celebración, un niño ubicado en el coro imitara su canto.
A su vez, la existencia de la Misa del Gallo es la que da sentido a la instauración de la Nochebuena, anticipo de la gran festividad, la Navidad, término que deriva del latín Nativitas.
Si bien, casi desde su origen, la Nochebuena ha venido celebrándose como una reunión familiar, donde se degusta una comida especial, se canta y se trata de crear un ambiente de alegría y de fraternidad, en la fiesta de la Navidad, que se inicia en la Misa del Gallo, desde su primer inicio y sin abandonar la intención festiva, predominó de siempre el sentido religioso, donde la oración y la meditación habían de cobrar el protagonismo principal.
DIARIO DE UNA COLECCIÓN
Bajo el epígrafe Diario de una colección, el Calendario de Adviento de Belenes del Mundo incluye descripción pormenoriza de aspectos claves de algunos de los grupos y piezas expuestas, junto a imágenes de los mismos y no pocas anécdotas de cómo dichas figuras y conjuntos fueron localizados y adquiridos por los promotores y propietarios de la Colección Basanta-Martín.
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Según la tradición, la Iglesia copta tiene su origen en las prédicas de Marcos el Evangelista, autor del Segundo Evangelio en el siglo I, que llevó el cristianismo a Egipto en tiempos del emperador Nerón.
Se estima que los fieles coptos ascienden a unos 65 millones de personas repartidas entre Egipto (unos 10 millones), Etiopía (50 millones), Eritrea (3 millones), Sudán y Sudán del Sur (unos 500.000), siendo la religión mayoritaria en Etiopía y Eritrea.
El belén que aquí presentamos es fiel representante de la imaginería propia de esta religión, con sus figuras de cuerpos sólidos y solemnes, el uso de colores primarios en su policromía y ciertos rasgos naif en la propia concepción de cada personaje, como la de ese inefable rey montado a caballo…
Pero, sin duda, lo más destacado de los componentes de este grupo está en su mirada. En esos ojos grandes que nos miran de manera penetrante y que nosotros, por su peculiar forma, definiríamos como “almendrados”.
Y al nombrar este término, no podemos olvidar que el almendro tiene una particular presencia en la vida e iconografía de Jesús. De almendro son, según la tradición mayoritaria, las flores que nacen en la vara de José en el episodio de sus desposorios, primeras de esa primavera espiritual que la venida y compañía de Jesús hará permanente en nuestras vidas.
Liambe Ana, el autor de este conjunto, nació en 1962, en Logira, uno de los poblados del Valle del río Omo – donde se ha construido una de las tres presas más grandes del mundo - y comercia sus productos en el mercado de artesanías de Kei Afer. Allí, en 1990, lo adquirió para nosotros uno de los funcionarios españoles miembro del equipo diplomático de nuestra embajada en Adís Abeba, ubicada en el barrio residencial de Shiromedia.
Lo primero que llama la atención de este grupo – además de su propia belleza - es el color de la madera en la que está tallado: se trata de la conocida “ madera de palo de sangre o palo rojo”, procedente de un árbol frondoso (Pterocarpus soyauxii) que llega a alcanzar los 40 metros de altura y un diámetro de dos metros en su tronco. Crece en las regiones tropicales de África. El color rojizo de su madera, se hace progresivamente más intenso por la exposición a la luz.
También es característico de este belén su disposición en forma de retablo, con dos laterales batientes que, al cerrarse, componen el exterior de una choza africana. Así ha de permanecer – cerrado – hasta la llegada del Adviento cuando, cuatro domingos antes de la Navidad, se inicia el ciclo litúrgico que desembocará en la celebración del Nacimiento de Jesús.
La talla de cada figura es hermosísima, incluida la de los animales que acompañan a los personajes de los laterales, situados en escorzo, en función de la estructura peculiar de esta pieza.
Por último, reseñar la importancia simbólica de la estrella que corona esta preciosa talla.
Cuando contemplemos un belén, no olvidemos contar el número de puntas que presenta cada estrella, pues así seremos capaces de comprender lo que quiere transmitirnos.
La estrella de cuatro puntas simboliza el máximo poder, y se asocia al Portal. Por eso también se la conoce como la estrella de Belén. La de cinco puntas representa a la Humanidad. Recordemos la imagen del hombre de Leonardo que configura esta misma figura: la cabeza es el vértice superior; las manos que culminan los brazos estirados, paralelos al suelo, los dos vértices intermedios; y los dos vértices inferiores son los señalados por los pies que terminan las piernas abiertas, en posición separada. Es muy frecuente que esta estrella de cinco puntas, – llamada también pentagrama-, y como ocurre en el Retablo de palo de sangre, se coloque cercana a la figura del Niño Jesús, para remarcar que, más allá de su condición divina, Él, voluntaria y generosamente, quiso hacerse Hombre.
La estrella de seis puntas, o estrella de David, significa la unión de Cielo y Tierra. Del mundo superior o celestial, al inferior o terrenal. Y finalmente, la de ocho puntas sugiere la capacidad de mando, de dirección, de guía…
Es muy curioso comprobar que esa misma simbología se traslada jerárquicamente a las estrellas de los uniformes militares españoles. La estrella de cuatro puntas, el máximo poder, la portan los generales. La de cinco puntas, los suboficiales mayores, los más cercanos a la tropa. La de seis, alféreces, tenientes y capitanes, los que conectan la alta oficialidad, los Jefes, con los soldados y sus mandos más directos. Y la de ocho puntas, los que guían un batallón, un regimiento: los comandantes, tenientes coroneles y coroneles.
El Retablo de palo de sangre lo adquirió para nosotros, en el año 1991 y en la ciudad portuaria de Cacheu, el reverendo Thomas Albridge, miembro de la prqueña comunidad evangélica de Guinea Bissau, antigua Guinea portuguesa.
TEXTOS
Bajo el epígrafe Textos, en el Calendario de Adviento de Belenes del Mundo irá apareciendo una serie de villancicos para leer, escuchar, entonar y compartir. Con ello además recuperamos un auténtico tesoro de la Música Navideña, que va recorriendo las escenas principales del belén. Todas las músicas son populares, como varias de las letras. El disco que contiene estas auténticas joyas llevaba por título Cantes Andaluces de Navidad y se grabó en el año 1959, en los estudios Fonópolis de Madrid, para el sello Pax.
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Estando la Virgen María sola
en su aposento, haciendo oración,
por la puerta se le ha entrado un ángel
vestido de blanco como un claro sol.
Y la saludó. Y la saludó,
porque reina del cielo y la tierra
y madre de Cristo nos la quiso Dios.
“- Dios te salve,”- le dice “Grabié”-
llena de la gracia, contigo el Señor,
porque el hijo que en tu seno tengas
habrás de llamarle Jesús Salvador.”
Y ella le escuchó, y ella le escuchó.
Y le dijo: “- Yo soy vuestra esclava,
que se haga conmigo lo que quiera Dios.”
Los antecedentes de nuestros queridos belenes tenemos que rastrearlos en el modo en que discurrían las primeras celebraciones del Nacimiento de Jesús.
Como quiera que, para distanciarse de las idolatrías de otras religiones consideradas paganas por los cristianos, no era representable la figura de Jesús ni ninguna de quienes le acompañaron en su vida, su venida al mundo comenzó a celebrarse en torno a las pretendidas reliquias de su pesebre, de su primera “cuna”.
Cuenta la tradición que los restos de aquel pesebre fueron hallados en Jerusalén por la madre del emperador Constantino, Santa Elena, y llevados a Roma. Años después, en torno a estas reliquias, el papa Sixto III (432-440) decidió situar una reproducción figurada del pesebre de Belén en la Iglesia basílica de Santa María la Mayor de Roma. La popularidad de aquella escenificación fue tal que el templo empezó a ser conocido con el sobrenombre de Santa María ad praesepium, denominación con la que se le sigue identificando en la actualidad.
Siglos más tarde, para cobijar la mencionada reproducción del pesebre, se consagrará un Oratorio, estrechamente ligado con hechos históricos de gran valor simbólico. Su fundación ,a mediados del siglo VII, por el Papa Teodoro I y su renovación bajo la dirección de Arnolfo di Cambio, coinciden con dos fechas cruciales en la historia del cristianismo. De un lado, la caída de Tierra Santa en manos de los árabes, tras la conquista de Cesarea en 640; de otro, la pérdida definitiva, en 1291, de los territorios de Palestina tras la conquista del bastión de Acre, último puesto de avanzada de la defensa de los cruzados. Ante la imposibilidad de llegar a Tierra Santa, el Oratorio de la Natividad, donde se guardaban las preciosas reliquias, asumió para el Occidente cristiano el papel de Lugar Santo de la Natividad de Cristo y la Basílica de Santa Maria Maggiore es elevada al título de " Segundo Belén”.
Actualmente las pretendidas reliquias de la Cuna en la que nació Jesús descansan en un lujoso relicario , donado, en el siglo XVIII, por la noble española María Manuela Pignatelli de Aragón y Gonzaga, duquesa de Villahermosa.
A partir del siglo V, las celebraciones litúrgicas de la Nochebuena y la Navidad se extienden por la totalidad del mundo cristiano. Unas celebraciones que primero se basaron en la oración y la lectura y explicación de la Palabra, acompañadas de la música, inseparable de tales liturgias.
Música culta y, con el tiempo, música popular, como también ocurrirá con la literatura, pues la temática navideña dará pie tanto a la difusión de textos sencillos, anónimos, cargados de ternura, como a obras de excepcional valor, nacidas, también en España, de los más grandes poetas. Unos y otros contribuyen de forma decisiva a la expansión del villancico navideño, cuyo primer vestigio español documentado data del año 1492. Su autor es el poeta castellano Juan del Enzina.
La personificación de los protagonistas del Misterio –María, José y el Niño - y de sus acompañantes en dichas celebraciones – pastores, ángeles, Magos…- se hace realidad ya a partir de la Edad Media, cuando, para instrucción de las clases iletradas, se genera lo que se dio en llamar la “Biblia de los pobres”, en la que lo teatral y lo iconográfico tratan de sustituir las carencias de una población mayoritariamente analfabeta.
De este modo, al rezo y a la música, se suman las primeras escenificaciones navideñas, representadas las más de las veces por los clérigos, como se recoge en las Siete Partidas del rey Alfonso X (1221-1284):
“Pero representación hay que pueden los clérigos hazer: así como de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, en que muestra cómo el ángel vino a los pastores e cómo les dijo que era Jesucristo nazido. E otrosí de su aparición, cómo los Tres Reyes le vinieron a adorar”.
(Es obligado mencionar aquí que el primer texto del teatro medieval español es el Auto de los Reyes Magos, datado a mediados del siglo XII.)
La participación del pueblo llano en tales escenificaciones se produce de manera algo más tardía y lo hace a través de la personificación de los pastores. Con ellos, el rigor litúrgico paulatinamente se relaja. El ambiente va tiñéndose de alegría, de jolgorio. Se canta. Se danza. Se tocan panderos, tamboriles, flautas y rabeles. Y hasta se sueltan pajarillos en los templos, capturados el día anterior para incorporar a la celebración…
De este modo, lo que se inicia como una expresión popular de fe y de devoción, termina desembocando en espectáculos menos edificantes que la Iglesia contempla con recelo y que, a partir del año 1207, termina prohibiendo.
Es entonces cuando, para celebrar el Nacimiento de Jesús, comienzan a usarse figuras de bulto redondo, descendidas de los retablos y altares a los que pertenecen, o encargadas exprofeso a artesanos y escultores. Nacen así los belenes propiamente dichos.
En España, como muestra de aquellos primitivos conjuntos belenistas, conservamos parte del grupo de la Huida a Egipto, fechada en torno al año 1293 y perteneciente al santuario de Nuestra Señora de Revilla, en Baltanás (Palencia).
El ébano es la madera por antonomasia para los tallistas africanos. Muy dura, extremadamente densa – tanto que, si se sumerge en el agua, no flota – exige para su trabajo manos realmente expertas. De ahí que, en nuestro idioma, al carpintero capaz de generar las más bellas piezas en madera le denominemos ebanista.
Este belén, además, nos ofrece la posibilidad de descubrir la peculiar condición del árbol (Dyospiros ebenum) del que procede esta madera, que suele ser de tonos negros o rojizos. En su parte externa, presenta una corteza sencilla, de apariencia grisácea, casi anodina. Porque el secreto está en su corazón (como el belén).
Apenas se traspasa la primera capa, surge esa madera casi mágica, tan agradecida en su pulimento, que es la que nuestro desconocido artesano utilizó para esta creación magnífica.
El jesuita español que, en el año 1996, nos regaló este precioso belén nos contó además una anécdota emocionante: el artesano vivía en una de las aldeas cercanas a la ciudad de Nairobi, y exhibía, entre otras piezas, este belén delante de la choza que habitaba. Pero Álvaro, nuestro amigo jesuita, observó que, cada cierto tiempo, el artesano dejaba de tallar, se acercaba al belén y lo giraba levemente. Y así no una, sino varias veces a lo largo del día.
Intrigado, le preguntó el porqué de aquel continuo movimiento. La respuesta del artesano le emocionó tanto como a nosotros cuando nos la contó: lo hacía para que la sombra que proyecta la figura del pastor que lleva un parasol o paraguas cayera permanentemente sobre la cara del Niño- que ocupa la posición central del tronco- y así pudiera protegerle del calor abrasador.
Este simpático conjunto procede de Burkina Fasso, país que durante los muchos años que fue colonia francesa, era conocido con el nombre de Alto Volta.
Todos los personajes que lo componen presentan fisionomía propia del país. A la izquierda se sitúa la figura de María, vestida de blanco inmaculado para simbolizar su pureza. A su lado, y sobre una cuna, reposa el Niño que cubre su cabeza con una hilarante gorra de hip-hop. En él predomina el color blanco que en África simboliza la victoria sobre la muerte.
Completa tan singular Sagrada Familia la elegantísima figura de San José, con su traje de verde esperanza, su corbata roja – color que siempre representa la sangre, el corazón – y su coqueto sombrero negro, color africano de la noche y el misterio. No es de desdeñar el gesto de su pierna cruzada, que le da un toque de sereno señorío, no exento de cierta comicidad.
El grupo, tallado en madera de acacia y policromado con acrílicos, lo forman también la figura de Ángel, con alas blancas y vestimenta de color amarillo – color de la luz – y las de los Reyes Magos. Precisamente en uno de los objetos que portan estas últimas figuras radica la razón de ser del nombre de este grupo. El artesano anónimo que lo talló quiso mostrarnos que se trataba de personajes importantes, de categoría. Y para así explicitarlo, tuvo la genial ocurrencia de hacer acompañar a cada uno de los Reyes de un maletín de ejecutivo… Como escribió Albert Einstein: “La creatividad es la inteligencia divirtiéndose”.
El Belén de los ejecutivos lo adquirimos en el año 1994, en un establecimiento de venta de alimentación, ropa y artesanía en la ciudad de Uagadugú, capital de Burkina Fasso, nombre que literalmente significa “patria de los hombres íntegros”.
La Virgen va de visita
que su prima un niño espera.
Las riendas de la burrita
dos angelitos la llevan.
“-Señora Santa Isabel,
estrene una saya nueva
que a tu casa se dirige
esta Virgen nazarena.
Le viene a ver
porque el Ángel le ha dicho
que en su vejez
por fin madre ha de ser”.
Un gran prodigio verás
al abrazaros las dos,
sintiendo de rebrincar
al que será el Precursor.
Desde el seno de Isabel,
Juan saludaba al Mesías
que, como anunció “Grabié”,
ya se encarnaba en María.
“-Niño San Juan,
antes de haber nacido.
Niño San Juan,
gran profeta serás”.
“- De lo que en el vientre llevas
este brinco es profecía.
Bendita, bendita eres,
Bendita, prima María.
Cante mi voz al Señor,
gloria a su fuerte poder,
pues, de una humilde mujer,
hizo la madre de Dios.
Eres feliz
porque entre las mujeres
tan solo a ti Dios
te quiso elegir”.
La palabra belén, con la que muchos de nosotros denominamos al pesebre o nacimiento, proviene del nombre de la ciudad donde, según las profecías, habría de nacer Jesús, confirmado tanto por los evangelios canónicos como por los apócrifos.
En aquellos tiempos, Belén “apellidado” Efrata para distinguirlo de la homónima Belén de Zabulón, constituía un núcleo poblacional de escasa magnitud. El profeta Miqueas lo describió como un asentamiento pequeño, apenas lo suficientemente grande para ser reconocido entre los clanes de Judá, pues su insignificante tamaño hizo que fuese omitido en la enumeración de las ciudades de Judá del Libro de Josué (15:21) y en la lista de Nehemías (11:25).
Sin embargo, refiriéndose a Belén, el profeta anuncia:
“Pero tú, Belén Efrata “- Efrata, literalmente significa lugar fértil, campo fecundo-, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2).
De carácter agrícola, en sus campos se cultivaban uvas, aceite y cereales. Además, Belén era, como casi todas las aldeas de su tiempo, tierra también de ganados y pastoreo. De ahí la veracidad de lo que se cuenta en el Evangelio de Lucas, cuando se dice que en aquel lugar había “pastores que vivían a campo raso y guardaban las vigilias de la noche sobre sus rebaños”. (Lu 2:8.)
Es obvio que, en cualquier época del año, los pastores pueden llevar a pastar a sus rebaños durante el día. Pero el hecho de afirmar que, junto a su ganado, permanecían durmiendo y velando al raso, nos aporta un claro indicio de la época en la que pudo producirse el nacimiento de Jesús.
La temporada de lluvias empieza en Palestina a mediados de octubre y dura varios meses. Además, en buena parte del invierno, tanto en Belén como en Jerusalén, se dan frecuentes heladas, lo que hace imposible que rebaños y pastores permanezcan a la intemperie.
Añadamos otro hecho más a este primer apunte: cuando Jesús y María tratan de hallar hospedaje en Belén, encuentran que nadie les acoge. Más allá del sentido simbólico de este pasaje, la negativa que recibe la sagrada pareja podría verse justificada en el hecho de que todos los alojamientos de la pequeña Belén estuvieran ocupados. Y que dicha ocupación obedeciese a circunstancias excepcionales, derivadas bien del movimiento que podría hacer ocasionado el propio censo o, con mayor probabilidad, de la afluencia de visitantes relacionada con algún acontecimiento especial ligado a la ciudad de Jerusalén, de la que Belén tan solo dista unos nueve kilómetros.
¿De qué acontecimiento podría tratarse?
Son varios los historiadores que señalan como posible el de la celebración de la Pascua judía, el Pesaj que se festejaba entre mediados de marzo y principios de abril.
Así pues, si sumamos el hecho de que los pastores pernoctasen al raso y el de que José y María no encontraran alojamiento en ninguna de las posadas o caravaneras de Belén , por celebrarse en Jerusalén la más popular de las festividades judías, podríamos llegar a concluir que el alumbramiento de Jesús se habría producido no en diciembre – como marca su festividad .
- sino en torno a la Primavera, con la fuerte carga alegórica que esta estación del año lleva consigo. Y recordemos el episodio ya referido de la flor que corona la vara milagrosa de san José…
Belén aún nos reserva una última y sugerente sorpresa.
El nombre que se le asigna significa etimológicamente “casa del pan”, un alimento muy presente en la vida y la palabra de Cristo, del milagro del pan y los peces al entregado a sus discípulos en la Última Cena. El propio Jesús predica:
“No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo”. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:32-35)
De este modo, se cierra el círculo. Lo aparentemente anecdótico o secundario cobra toda su importancia. Y, una vez más, lo simbólico nos ayuda a descubrir los más íntimos secretos.
Francisco de Asís es un personaje realmente asombroso. Nacido en el seno de una familia adinerada de la ciudad italiana de Asís, su primera juventud transcurrió, como la de tantos jóvenes de su generación, entre fiestas, risas y juegos.
A la edad de 18 años, tuvo que participar en uno de los enfrentamientos armados de Asís contra la cercana ciudad de Perugia. Y fue entonces cuando, ante el dolor y la desolación que contempló, regresó, enfermo y desolado, a su ciudad natal – tal y como refleja el precioso monumento erigido en Asís-, dispuesto a consagrar su vida a los más pobres.
Como gesto primero de humildad, cambió su nombre –Giovanni Pietro Bernardone –por el apodo con el que le conocían, Francesco, el Francesito, pues su madre había nacido en la Provenza francesa.
Retirado a las afueras de Asís, y junto a otros amigos y compañeros que se le unieron, fue el eterno defensor de lo pequeño, de lo débil, del marginado, de la fraternidad, de la unión con la Naturaleza. Y de la mirada tierna hacia la Vida, impulsando una visión de Jesús más tierna y humana, distinta a la del Señor lejano y severo, tan extendida en su tiempo.
Poco tiempo antes de fallecer, viajó a España y posteriormente a Tierra Santa. Y, a su vuelta, decidió solicitar autorización al Papa Honorio III para celebrar una representación navideña en la Nochebuena de 1223.
Concedido el preceptivo permiso, Francisco entra en contacto con Gioavanni Vellita, rico hacendado propietario de la finca en Greccio, en la región italiana de Umbría, donde se ubica la cueva en la que desea realizar la celebración de la Misa de Navidad. Nada se opone a su ilusión y el santo de Asís decide situar, junto al altar en que el sacerdote oficiará la Misa - recordemos que Francisco solo era diácono- una cuna-pesebre, en la que, sobre un lecho de heno, deposita una talla en madera del Niño Jesús, flanqueado por un buey y una mula, animales vivos que aportó el dueño de la heredad.
A aquella representación acudieron muchos de los campesinos del lugar que, según la tradición, vieron cómo, en un momento de la celebración de la misa, la imagen del Niño cobraba vida, llena de luz, siendo acunada con ternura por Francisco.
Desde aquel momento, los miembros de la Orden que hubiera fundado san Francisco, y también las Clarisas, rama femenina de los franciscanos creada por Clara de Scifi, propagaron por el mundo la costumbre de celebrar la Navidad mediante la exhibición de la imagen del Niño Jesús en su cuna, a las que paulatinamente se irían añadiendo otras tantas figuras, dando así origen al belén tal y como hoy lo conocemos.
En el año 1986, el papa Juan Pablo II proclama a San Francisco de Asís como patrono de los belenistas españoles y austríacos y, por extensión, de todos los belenistas del mundo.
El baobab es, en África, el árbol sagrado por antonomasia, no solo por su larga vida – algunos ejemplares sobrepasan los 5.000 años – sino también por la producción de abundantes frutos y semillas de gran poder nutritivo y también por su asombrosa capacidad de almacenar agua. Verdaderos aljibes de la Naturaleza, pueden acumular en su corteza esponjosa entre 100.000 y 150.000 litros de agua, lo que se convierte en un verdadero tesoro en las regiones de clima extremo en las que crece.
Ese carácter sagrado y ritual explica la presencia de los dos árboles que flanquean el precioso belén mozambiqueño que aquí exhibimos, con pastores que son guerreros guardianes, pastoras que son madres y doncellas enjoyadas y ese San José que, para enfatizar su función de carpintero, exhibe en una de sus manos una herramienta de indudable filiación.
Es también característico de este belén el recinto en que se alberga el Nacimiento. El tradicional establo ha sido aquí sustituido por un corral que, manteniendo el significado de lugar para guardar los animales, añade al mismo tiempo la simbología del círculo, que siempre expresa la plenitud, la coronación de un ciclo o de un proceso, como, para los cristianos, significa la venida de Jesús al mundo.
El Maestro Constancio nación en Maputo, en 1930. Y, a pesar de su avanzada edad, diariamente acude a su taller para seguir elaborando piezas tan bellas como la que aquí mostramos.
Este belén llegó a nuestra colección en el año 2005, por intermediación del religioso comboniano español Arístides Holgado que, en la ciudad de Carapira ha puesto en marcha un extraordinario proyecto formativo – la Escuela Industrial de la ciudad – donde se instruye a multitud de jóvenes en diversas disciplinas.
Este belén, que adquirimos en el año 1993, representa, en la manera en la que van vestidas las figuras de José y de María, una de las tradiciones más arraigadas en la cultura de Malí y en buena parte de Gambia, Guinea, Guinea Bissau, Mauritania, Níger, Nigeria y Senegal: los djelis o griots que, a modo de juglares, recorren poblados y aldeas cantando y contando en mambara – la lengua indígena mayoritaria- las historias más misteriosas y fascinantes. También se les conoce como “cantantes de las alabanzas”.
Y eso fue lo que nos quiso transmitir el desconocido autor de este belén, miembro de la escasa comunidad cristiana del país: que María y José nos narran – y ayudan a alabar - la más maravillosa historia, la de su Hijo Jesús quien, en este grupo y en una de sus manos, muestra una minúscula esfera, representación simbólica del planeta Tierra, aquí de tan humilde tamaño porque, tal vez, ante la dimensión inmensa de su Amor todo se vuelva pequeño.
El grupo está realizado en madera de acacia y el establecimiento en el que adquirimos el conjunto – como nos ocurre con lamentable frecuencia – no supo decirnos el nombre de su autor. Tan sólo la aldea de la que procedía la pieza: una aldea cercana al pueblo de Hondoro, como muchos de aquel país, un lugar de extrema pobreza. Y ello, a pesar de que, siglos atrás, el territorio de la actual Malí fuera sede de los tres grandes Imperios que se sucedieron históricamente en el África Occidental, controladores del comercio transahariano del oro, la madera, la sal y otras tantas materias primas de valor.
El Belén de la Cultura Djeli ingresó en la colección en el año 1993, traído desde Mali por Jeanette Oubiron, una de las cooperantes de UNICEF en aquel país.
“ -De orden del César romano,
se manda a “tós” los judíos
que,sin perder un instante,
se pongan pronto en camino
y vayan a la ciudad
de donde fuesen vecinos
a empadronar sus familias,
sus haciendas y sus hijos.
Y apunten allí sus nombres,
sus nombres y sus “apellíos,”
sin mentir en cosa alguna,
bajo pena de castigo.
Que lo manda el rey de Roma
y en su nombre yo lo digo”.
Hacia Belén caminaba
Señora Virgen María
y el bueno de San José
marchaba en su compañía.
Jornadita de Belén,
con gusto te abrigaría,
que va cayendo la nieve
y está la noche muy fría.
Aprisa, señor José,
tire de la borriquilla,
que ha de nacer en Belén
la más grande maravilla.
Iban solitos los dos,
ninguno se entretenía.
Hablando cosas de Dios
se van la noche y el día.
Llegados son a Belén,
mesón ni posada había.
Al pobre de San José
las lágrimas le caían.
“- No te apures, dulce esposo,”
- dice la Virgen María-
“que, si otra cosa no hayamos,
aquel Portal bastaría”.
Un pesebre han encontrado
donde dos bestias había.
La Virgen, como es tan buena,
al carpintero le decía:
“- Acuéstate, buen marido,
hasta que amanezca el día,
que, si llegase la hora,
yo misma te avisaría”.
Pasada la medianoche,
sintió que un Niño gemía.
Despertóse el patriarca
con temblores de alegría.
“- ¿Por qué no me has avisado,
esposa, esposa María,
que ha nacido el Rey del mundo
mientras que el mundo dormía”.
Realmente no sabemos cuáles serían los primeros belenes en bulto redondo que existieron en el mundo. Puede que algún día se encuentren nuevos datos que retrasen las fechas de lo que en la actualidad conocemos. Pero, hasta hoy, el primer nacimiento del que se conserva alguna figura, según el investigador Rudolf Berliner, data del año 1252 y pertenece al monasterio de Füssen (Baviera, Alemania).
Casi cuarenta años más tardío es el considerado el pesebre completo más antiguo del mundo, que se encuentra en la iglesia basílica de Santa María la Mayor de Roma, situado no en su emplazamiento original, sino en un espacio reservado en la cripta.
Es obra del escultor italiano Arnolfo di Cambio quien, por encargo del papa Nicolás IV (el primer papa franciscano), lo elaboró en mármol, en 1291.
Lo componen ocho figuras: la Virgen María, sentada, con el Niño en su regazo; la figura de Jesús, también sentado, recogido en el brazo izquierdo de su madre ( la lateralidad del corazón); San José, de barba corta y manto largo, con las dos manos apoyadas sobre un bastón, contemplando extasiado a Jesús y a María; el primero de los reyes, de raza blanca, con el pelo suelto que cae sobre su túnica sacerdotal, arrodillado , con las manos juntas en gesto de oración y pleitesía; los otros dos reyes – ninguno de ellos tiene rasgos africanos-, esculpidos en una sola losa con fondo de espirales vegetales, conversando, mientras esperan su turno para entregar los dones; y las figuras de la mula y el buey, que sólo presentan esculpidas sus cabezas y parte del torso.
En el caso de España, el belén más antiguo es el de La Sang, obra de Pietro y Giovanni Alamanno, según Letizia Arbeteta, el más antiguo del mundo que ha permanecido en exposición continuada desde que, según la leyenda, en torno al año 1480 y desde Nápoles, llegase a la ciudad de Palma de Mallorca. (Los investigadores dan como fecha más probable la de 1536). Puede admirarse en la iglesia de La Anunciación, y actualmente está siendo sometido a un minucioso e imprescindible trabajo de restauración, que está deparando hallazgos sorprendentes.
Desde su propio origen, los belenes no solo constituían una obra artística, sino fundamentalmente catequética y doctrinal.Por ello, no era extraño que en los mismos se recogiesen muchos de los elementos claves que formaban parte de su camino de fe.
No podía faltar en los belenes la representación de Dios Padre, con todos sus atributos y poder (las llamadas glorias de los belenes napolitanos y españoles), habitual aún hoy en muchos de los nacimientos mexicanos ; la de nuestros Primeros Padres, ligados al episodio del Pecado Original del que el nacimiento de Jesús viene a redimir; o la de los profetas que anticiparon la venida del Mesías, presencia que, en los belenes españoles, franceses e italianos explica la aparición de la figura de la gitana, recuerdo inmediato de las sibilas bíblicas.
También podían recogerse otras tantas escenas provenientes de los evangelios canónicos – el sueño de José, la circuncisión de Jesús, la Presentación de Jesús en el Templo, Jesús entre los doctores…- o de los apócrifos: la presencia de las parteras y el milagro que cura a una de ellas, Salomé; la escena de Virgen en la fuente; Jesús y los pajaritos; el milagro de las palmeras del desierto, que ofrecen sus frutos, y su sombra, a la Sagrada Familia…
No obstante, a partir de finales del siglo XIX, la mayor parte de las escenas hasta aquí mencionadas desaparecen casi por completo, para fijar aquellas que, como un arquetipo establecido, llegan hasta nuestros días: la Anunciación a María; la Visitación de María a su prima Isabel; el Camino hacia Belén; la Petición de Posada; el Nacimiento de Jesús; el Anuncio a los pastores; la Caravana de los Reyes Magos ,su visita a Herodes y la Adoración de estos en el Portal; la Degollación de los inocentes; la Huida a Egipto junto al regreso; y el Taller de Nazaret.
Para cualquiera de los viajeros o excursionistas que vayan a Nepal con la intención de hacer senderismo, montañismo o escalada, las casas de té constituyen una presencia habitual. Construidas en lugares estratégicos, a modo de refugios, cualquiera que a ellas llegue siempre encontrará la acogida más hospitalaria, una hoguera que nunca se apaga y, sobre ella, un recipiente con té, como generosa bienvenida al caminante.
Ese mismo sentido de acogida es el que da nombre a este belén, pues los artistas que lo crearon interpretaron el Nacimiento de Jesús precisamente como la llegada de Aquel que a todos recibe, a todos acompaña y a nadie excluye.
Eso sí: la modesta casa de té, para enfatizar el carácter divino del recién nacido, se ha transformado en un pequeño templo, tallado en madera de teca.
María porta al Niño en su costado, a la manera nepalí. Y en la izquierda, el lado del corazón.
Muy curiosa es la posición de la mano derecha de San José, fruto de un ejercicio de sincretismo cultural que aúna la simbología budista y la cristiana. En el budismo, los gestos realizados durante la meditación, especialmente con las manos, reciben el nombre de mudra. Según la posición de la mano, el lugar que ocupe y la forma de situar los dedos se nos transmite una señal de significado concreto. En el caso de nuestro belén, los dedos unidos de San José significan la máxima armonía y la posición de la mano, en el eje del cuerpo, quiere decir que el Niño que porta María, es ahora el centro de su vida.
La manera de cubrir la cabeza de varios de los personajes que completan este grupo expresa su ascendencia nobiliaria.
El taller artesano Sirunsaya es una cooperativa nacida en 1982, especializado en la talla de madera y piedra. El Belén de la casa de té forma parte de nuestra colección desde el año 1989, gracias a la ayuda de varios funcionarios del Consulado Español en Katmandú.
Y no ha “tenío” reparo,
le llaman el Salvador,
y no ha “tenío” reparo
en nacer en una cueva
y en una cuna de palo.
“-Que el Niñito tiene frío”-
le dice el buey a la mula.
“- Que el Niñito tiene frío.”
Y le van a calentar
echándole sus vagidos.
Para acunar al Niño
la mula gruñe
y el buey le responde
muge que muge.
En un portalito “escuro”,
entre la paja y el heno,
en un portalito “escuro”
vino el Señor a nacer
entre una vaca y un mulo.
¿Una vaca y un mulo?
Me he “equivocao”,
que era un buey una mula
aquel “ganao”.
Y aquel “ganao”, niña,
Y aquel “ganao.”
Una vaca y un mulo,
me he “equivocao”.
“El Ángel del Señor anunció a María y concibió por obra del Espíritu Santo”.
Así comienza una de las oraciones más hermosas de la liturgia cristiana, el Ángelus, recordando el misterio prodigioso que se obró en la aldea de Nazaret.
En ella vivían José y María, vecinos de esa pequeña población de la que incluso hay quien duda de que realmente existiera, pues no aparece citada ni en el Antiguo Testamento, ni en los escritos rabínicos, ni en ninguno de los documentos históricos o geográficos de la época.Podría ser que ello se debiera a su mínima importancia. O tal vez a que Nazaret fuera también un lugar simbólico, no en vano su nombre ayudaría a ello. Porque Nazaret significa “brote florecido”.
¿Y a qué brote se podría referir?
Pues al de la vara de José, que, a pesar de estar seca, floreció en el momento de ser escogido como esposo de María. Una vara que iconográficamente casi siempre le acompaña. Es el símbolo preciso de su condición de patriarca, como lo era la de Moisés, aquella que, según narra la Biblia, Yahvé convirtió en serpiente para probar la fe de su elegido; la que usó para separar las aguas del Mar Rojo cuando los israelitas huían perseguidos por los ejércitos del Faraón; la misma con la que golpeó la roca de Horeb, hasta hacer brotar el agua cristalina que saciara la sed de su pueblo en la travesía del desierto...
La flor que surgió en la vara de José, y que tantas veces le acompaña en su representación en los belenes, es la del almendro, blanca, pura, limpia, como lo era su corazón. Y es que el almendro florecido es el anuncio de la primavera, del mismo modo que la vara de José anunciaría la Primavera espiritual que la venida de Jesús significa para todos los cristianos. Recordemos también que, siglos después, principalmente durante la época del románico y primer gótico, será muy común representar a Jesús dentro de una forma ojival, la mandorla, palabra que en italiano significa precisamente almendra. Y en los iconos es frecuente encontrar la escena de la Natividad albergada en esa “cápsula” tan peculiar.
En ocasiones, la flor es sustituida por una paloma, asociada, desde el episodio bíblico del Diluvio Universal, a la paz con Dios y la Naturaleza.
“Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo. Este primer censo fue hecho siendo Quirino gobernador de Siria. Todos tenían que ir a inscribirse a su propio pueblo. Por esto, José salió del pueblo de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque José era descendiente de David. Fue allá a inscribirse, junto con María, su esposa, que se encontraba encinta” (Lc.2.1-5)
Así inicia San Lucas evangelista la narración del penoso viaje que María, ya a punto de cumplir su embarazo y en compañía de José, se ve obligada a realizar a la ciudad de Belén, de la que procedía el linaje de su esposo. Era una orden que no podía ser ignorada y, a su vez, una prueba más del sufrimiento del pueblo judío, al que María y José pertenecían, obligado a someterse al poder romano que le dominaba.
Todos los cabezas de familia habrían de ir al lugar del que procedieran para allí, por pobres que fueran, declarar sus ascendientes, descendientes y bienes, sobre lo que se les impondrían los correspondientes impuestos.
Así que, a lomos de una burrita o de una mula, según qué dicte cada tradición, emprenden el camino, largo y complicado, pues hay que cubrir una distancia de unos 150 kilómetros y atravesar las tierras montañosas de Samaria.
Esta era, desde tiempos antiguos, una de las escenas habitualmente presente en los belenes. Y con ella no sólo se representaba un hecho aparentemente histórico, sino un pasaje de fuerte contenido simbólico y doctrinal. Porque, en comparación con las anteriores sagas mitológicas o las narraciones de otras tantas religiones, por vez primera nacerá un Dios alejado del poder y la riqueza, voluntariamente unido a los que sufren, a los desvalidos, a los marginados…Todo lo que acompaña el episodio de su nacimiento no es sino la enfatización de esta voluntad divina, tan diferente a la acostumbrado y, al mismo tiempo, tan reveladora.
Es esta misma intención de proclamar su desvalimiento, aun siendo Dios, la que jalone muy diversos momentos de su Nacimiento, tan bella y expresivamente recogidos en nuestros belenes: la pobreza del lugar en el que nace, la soledad del alumbramiento, el acompañamiento de dos animales de casta inferior…
Igualmente la elección de Belén como lugar del nacimiento permitía dar por cumplida la profecía que aseguraba que el Mesías habría de ser descendiente de la estirpe del rey David, “el amado”, “el elegido de Dios”, personaje principalísimo en la Historia de Israel, nacido también, mil años antes, en Belén, tal y como nos recuerda el evangelista Lucas en el fragmento evangélico que abre esta pieza informativa.
Este grupo, esculpido en arenisca – paras, en lengua malaya – representa el episodio del Descanso de la Sagrada Familia en su retorno de Egipto a Nazaret.
Las tres figuras que lo componen reflejan una singular sensación de paz, de serenidad. Y en ellas hay dos detalles que no pueden pasarnos desapercibidos: de un lado, la línea que marca la cabeza del Niño, claramente inclinada hacia la madre, como expresión de su amor especial por María. Y, además, su mirada. Mientras sus padres duermen plácidamente, rendidos por el largo viaje, el pequeño Jesús también lo hace, pero con los ojos abiertos…
Cuando le preguntamos al escultor Wayan Kindiyasa – nacido en la isla de Bali, en 1964- el porqué de este gesto, no dudó en respondernos:
- “Porque Jesús siempre está alerta, junto a nosotros, atento a cualquiera de nuestras necesidades y nuestros ruegos”.
Todo un mensaje para meditar y recordar.
Este conjunto lo adquirimos directamente en el taller del escultor, en el año 1990. El obrador se ubica en la población de Ubud, a escasos kilómetros de Denpasar, la capital de la isla, en medio de colinas tapizadas de verdes arrozales regados por multitud de canales. En Ubud se sitúan los principales museos y galerías de arte de Bali. Y su célebre mercado oculto, uno de los más célebres en todo Asia.
Wayan Kandiyasa procede de una familia de escultores, tradición que proviene de su abuelo, continuada por su padre y en la que él se inició a la temprana edad de 9 años, lavando y desbastando la piedra que su padre empleaba en sus creaciones. Su primera escultura la cinceló a los trece años, inicio de una carrera artística que hoy en día está en su fase de mayor madurez y esplendor.
El grupo de Descanso en el retorno a Nazaret pertenece a nuestra colección desde el año 1990, nos llegó a través de los buenos oficios de la sra. MIla Tayeb, actual Cónsul Honoraria de España en la isla de Bali.
Localizar y poder adquirir este precioso belén fue una labor ardua y complicada.
Durante varios años, y gracias a la ayuda brindada por el coleccionista norteamericano Garrick Hyde y su esposa Ginger, creadores y promotores principales de World Nativity Project, organización solidaria en apoyo a comunidades de artesanos de belenes de todo el mundo. Tras de muchas dificultades y fracasos, este precioso belén llegó a nuestras manos en el otoño del año 1998.
Se trata de un conjunto de más de veinte figuras, talladas todas ellas en madera de alcanforero (Cinnamomum camphora), árbol sagrado en las culturas china y japonesa.
El belén presenta algunas figuras singulares, como el ángel que sobrevuela el conjunto, con facciones de varón, pero que luce el peinado característico de las mujeres de la dinastía más próspera en la antigua China – la dinastía Tang (618 d.C-907 d.C)- que, como símbolo de una mayor libertad, llevaban el cabello al aire, en elaborados trenzados y moños. El hecho de unir los rasgos de un varón y el peinado femenino son las señales que el artista ha utilizado para expresar la mítica asexualidad de los ángeles.
También deben merecer nuestra atención los dos árboles que acompañan al conjunto. Como expresión de lo que significa el Nacimiento de Jesús, ambos han florecido. Uno lo hace con flores radiantes, como soles, analogía muy frecuente en las iconografías orientales y occidentales para identificar a Jesús como una deidad. El otro, complemento del anterior, se cubre de flores estrelladas de cinco puntas. Y recordemos que el pentagrama, entre otras simbologías, representa siempre al ser humano. El vértice superior de la estrella alude a la cabeza, los dos que lo siguen, a las extremidades superiores. Y los dos últimos sobre los que se asienta, las extremidades inferiores. Un árbol que manifiesta la naturaleza también humana del nuevo Dios.
Resulta singular la presencia en el conjunto no de un buey, sino de un búfalo de agua, segundo signo del horóscopo chino, protector de las familias, asociado al trabajo y la prosperidad.
Igualmente peculiares son las figuras del pastor con la oveja al hombro – en los belenes, representante de Jesús, el Buen Pastor por antonomasia – y las figuras de los Magos, que aquí aparecen vestidos a la usanza de poderosos mandarines, los altos funcionarios civiles y militares de la China imperial.
Al igual que en el caso de Filipinas, la existencia de belenes en Japón es fruto de la presencia española en Japón, especialmente a través de la labor de los jesuitas.
A Japón, en el año 1549, llegó el jesuita español San Francisco Javier, donde permaneció casi tres años. Y ya en 1613 se produce la primera embajada nipona al reino de España. En dicho año, el señor feudal, Date Masamune, decidió enviar una delegación a Europa con el objetivo de solicitar el establecimiento de relaciones comerciales con Nueva España (México) y el envío de misioneros a Japón. Esta misión, conocida como “Embajada Keicho”, después de visitar Roma, llegó a España en 1614 y fue recibida en audiencia por el rey Felipe III.
Las kokeshi son muñecas tradicionales japonesas, originarias de la región de Tohoku en el norte de Japón. Se fabrican a mano, utilizando madera de pino como materia prima, y se caracterizan por tener un tronco simple y una cabeza redondeada pintada con líneas sencillas que definen el rostro; la decoración del cuerpo puede contener motivos florales y es tradicional que las familias regalen estas muñecas ante el nacimiento de un bebé.
El belén que aquí presentamos ofrece además un detalle único, que no hemos encontrado en ninguno otro del mundo: junto a la Sagrada Familia, aparecen también los abuelos de Jesús. Tanto los maternos – de rojo- como los paternos – de verde-, reflejo del valor reverencial que la cultura japonesa manifiesta por los ancianos.
También es muy curiosa la presencia de la figura que representa el mal: ese guerrero samurái con rostro enfadado. Y no es para menos, porque la llegada del Amor acabará con su mundo de despótica violencia.
Adquirimos este belén en el año 1986, en la ciudad de Osaka, a donde nos habíamos desplazado para conocer uno de los centros de literatura infantil y lectura más importantes del mundo.
En Belén ha “nacío”
el Rey del mundo,
viva su madre.
Viva su madre,
nombre como el de Virgen
no hay que le cuadre,
no hay que le cuadre.
En Belén ha “nacío”
el Rey del mundo.
Venga la alegría,
váyase la pena,
que alumbró María
y es la Nochebuena.
Pastores de la Mancha
con bota y queso
venid conmigo.
Venid conmigo,
que así sabrás este el Niño
quién es su amigo,
quién es su amigo.
Pastores de la Mancha
con bota y queso
venid conmigo.
Venga la alegría,
váyase la pena
que alumbró María
y es la Nochebuena.
A San José y la Virgen
felices Pascuas
y enhorabuena.
Y enhorabuena,
que el niño es más hermoso
que una azucena,
que una azucena.
A san José y la Virgen
felices Pascuas
Y enhorabuena.
La escena de la Petición de Posada es también prototípica en los belenes, sin duda por la fuerza doctrinal de su mensaje: la negación de muchos para acoger a Jesús. Su presencia es constante en la mayor parte de los belenes europeos y, por supuesto, en los españoles, de donde pasó a América, dando lugar a una de las celebraciones más extendidas en varios de sus países.
Y es que la Petición de Posada se traslada de los nacimientos a la procesión callejera - ¿o sería al revés? –, en un rito que comienza el día 16 de diciembre y que termina el día 23 o 24 del mismo mes.
De entre todos los países latinoamericanos en que se celebra, son Guatemala y México los lugares donde dicha tradición se mantiene con especial arraigo.
En el caso de Guatemala, todo comienza con la fabricación de una pequeña anda o tarima que es llevada a cuestas, en la que se colocan imágenes de María y José, vestidos de peregrinos. Posteriormente se eligen nueve casas, que actúan como hitos en el caminar de los acompañantes de la escena. En cada una de ellas, se dispone un altarcito que representa lugares diferentes: el día 15 se dedica a Nazaret; el 16,al Monte Tabor; el 17, a la ciudad de Nahim; el 18, a los Campos de Samaria; el 19 ,al Pozo de Siquem; el 20, a la ciudad de Bethel; el 21, a la ciudad de Anatot; el 22, a Jerusalén; y el día 23, a Belén.
Para formar la comitiva, la gente se divide en dos grupos, uno que permanece dentro de la casa seleccionada y otro que, estando afuera, lleva el anda ya adornada.
Las Posadas son acompañadas en su recorrido por el sonar de tambores, flautas y marimbas y el repiqueteo de los palillos sobre una concha de tortuga, en tanto la comitiva se ilumina con faroles de colores y velas encendidas.
Las Posadas van transitando por las calles y, cuando llegan a la casa que las esperan, los dos grupos entonan canciones escritas especialmente para la ocasión. Luego se termina la celebración con una degustación en la que no pueden faltar el ponche de frutas caliente, los chuchitos, los tamales, las tortillas tostadas, el pan dulce, el café o el chocolate.
En México, la ceremonia es muy similar, si bien se introduce en ella un elemento característico: la célebre piñata que, para las Posadas, adopta la forma de una estrella de siete picos .Cada uno de ellos alude a un pecado capital que, con sus vivos colores y oropeles, seducen al alma inocente para llevarla al pecado. La persona que golpea la piñata con los ojos vendados representa al creyente que, mediante la virtud teologal de la fe –así, con los ojos tapados, se la suele representar en la iconografía católica-, vence al pecado, recuperando el don de la gracia, representada por la caída de frutas y dulces.
Peregrinos
En el nombre del cielo /os pido posada,
pues no puede andar/ mi esposa amada.
Posaderos
Aquí no es mesón, /sigan adelante.
Yo no puedo abrir, /no sea algún tunante.
Peregrinos
No seas inhumano ,/tennos caridad,
que el Dios de los cielos /te los premiará.
Posaderos
Ya se pueden ir /y no molestar,
porque si me enfado /os voy a apalear.
Peregrinos
Venimos rendidos /desde Nazaret,
yo soy carpintero /de nombre José.
Posaderos
No me importa el nombre, /déjenme dormir,
pues yo ya les digo /que no hemos de abrir.
Peregrinos
Posada te pide, /amado casero,
por solo una noche / la reina del cielo.
Posaderos
Pues si es una reina / quien lo solicita,
¿cómo es que de noche /anda tan solita?
Peregrinos
Mi esposa es María, /es reina del cielo,
y madre va a ser /del Divino Verbo.
Posaderos
¿Eres tú José? /¿Tu esposa es María?
Entren peregrinos, /no los conocía.
Peregrinos
Dios pague, señores, / vuestra caridad,
y que os colme el cielo / de felicidad.
Todos
¡Dichosa la casa / que abriga este día
a la Virgen pura, / la hermosa María!
(Los posaderos abren la puerta y dejan entrar a los peregrinos)
¡Entren santos peregrinos, /reciban este rincón,
que aunque es pobre la morada, /os la doy de corazón!
¡Cantemos con alegría /todos al considerar
que Jesús, José y María / nos vienen a visitar!
El lugar destinado en los belenes para albergar el episodio del nacimiento de Jesús suele tener una múltiple variante: la gruta, la cueva, el establo o portal y las ruinas.
La gruta se corresponde con un lugar profundo, semioculto a la vista del espectador, espacio de oscuridad solo alterada por la luz que se desprende del cuerpo del Niño o que sobre él se proyecta. Su existencia deriva de lo afirmado en alguno de los textos del primitivo cristianismo, como el Diálogo con Trifón, escrito por Justino de Naplusa (100 d.C-165d.C), o el apócrifo Protoevangelio de Santiago, escrito aproximadamente sobre el año 150 d.C.
Y gruta es el Santo Lugar que, desde los primeros tiempos, se consideró el original del nacimiento de Jesús, sobre el que, en el siglo IV, se levantó en Belén la basílica de la Natividad .
Finalmente añadir que el espacio de la gruta entronca con el sentido de un Jesús que nace en el puro centro de la Tierra, conectado con sus fuerzas telúricas, dando un nuevo sentido a la totalidad del planeta. Iluminándolo, alumbrándolo, marcando la ruta desde la oscuridad hacia la Luz, al modo como reflejan su nacimiento muchos iconos de la iglesia ortodoxa.
El escenario de la cueva es uno de los más empleados. Se abandona así las profundidades y se lleva la escena a una oquedad montañosa, más amplia y abierta que la gruta, como muchas de las que existían y existen en Belén. Así puede leerse en el popularísimo Protoevangelio del Pseudo-Mateo, nacido a mediados del siglo VI, que describe la cueva con detalle, nombrando algunos de los elementos que había en su interior y conectándola con un espacio más profundo en el que María y el Niño, según la leyenda, permanecieron ocultos hasta tres días después del parto.
Estas cuevas, que servían también de almacén o cuadras para el ganado, se cerraban con una rústica empalizada o portón. Y de ahí deriva que, en España, se empiece a denominar Portal a dicho emplazamiento. No olvidemos además que Portal se emplea en castellano para nombrar el pórtico de un templo, de un santuario, por lo que el uso de este término aporta ya una aproximación directa a lo sagrado.
Gruta y cueva remarcan el papel fundamental que, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento tienen los montes (he ahí también el porqué de su presencia en muchos de nuestros belenes). Montes como el Ararat, donde quedó varada el arca de Noé; el Horeb, también llamado Sinaí, en que Dios entrega las Tabla de la Ley a Moisés; el monte Moriah, topos del episodio de Abraham y su hijo; el monte Nebo, desde el que Yahvé muestra a Moisés la Tierra Prometida… Y, en la vida de Jesús, el Monte Tabor, donde se sucede el episodio de la Transfiguración, el monte desde el que Jesús pronuncia el Sermón de la Montaña o el Monte del Calvario, el Gólgota, donde muere.
El establo, como pretendido lugar del Nacimiento de Jesús, deriva de la presencia en el relato del buey y la mula, acompañantes singulares del natalicio. Y se hace muy popular en la escultura y pintura románica y gótica, adquiriendo una destacada presencia en la obra de muchos de los artistas flamencos.
A partir del siglo XV, durante todo el Barroco , y muy especialmente en el periodo del Neoclasicismo y la Ilustración, es común albergar el Nacimiento de Jesús entre las ruinas de alguna construcción clásica. Esta ambientación se inspira en la Leyenda Áurea del dominico Jacobo de Vorágine (siglo XIII), donde se afirma que el templo de la Paz en Roma se derrumbó en el preciso momento en el que María dio a luz.
Además, el siglo XVIII es la época de los grandes descubrimientos de la antigua cultura grecorromana – Pompeya, Herculano…- que tanto deben a nuestro rey más belenista, Carlos III. Y semejante ubicación, tan usual en los belenes napolitanos, da pie a un nuevo valor simbólico: Jesús, en su dimensión universal, nace para superar las viejas culturas, las anteriores creencias, para levantarse sobre las ruinas de lo antiguo e iniciar un nuevo ciclo en la Humanidad.
Al contemplar este belén, es imposible no pensar en la influencia que en el artesano que lo creó, Carlos Germán Rodríguez, ejerció la obra excepcional del artista colombiano Fernando Botero; en su peculiar exageración en el uso de las proporciones y sus figuras de cuerpos gruesos y robustos, incluidos los animales que flanquean a la Sagrada Familia.
Pero lo más particular de este belén figura en el contenido que se alberga en cada uno de los pastores músicos que, con forma y asa de cántaro, completan el conjunto.
El primero de ellos debe contener agua, como símbolo y origen de la vida. El segundo, harina, en alusión al pan que simboliza el Cuerpo de Cristo, la materia prima de la que nace la Sagrada Forma. El tercero, en su interior, ha de guardar vino, para los cristianos, la sangre de Jesús que vivifica. El cuarto es el cántaro que simboliza la ofrenda de la Naturaleza. Se llena de miel, el más dulce de los manjares, pero también el fruto del trabajo de la criatura más laboriosa, la abeja. Y finalmente, el último, es el que corresponde a las personas, en representación de toda la Humanidad. Si nos asomamos a su interior, parece no contener nada. Y eso fue lo que le dijimos a Carlos Germán Rodríguez cuando comprobamos ese aparente vacío.
“- Mírenlo bien”– nos comentó él, con una sonrisa en su rostro.
Le obedecimos, pero nada distinto descubrimos. Entonces artesano se puso en pie y, acercándonos nuevamente la figura, nos dijo:
- “En este cántaro se encuentra la esperanza. No se ve, pero es el mejor de los regalos.”
El Belén de los cántaros llegó a la colección en el año 1997, gracias a la intermediación del español Carlos Ávila Mejía, que tanto nos sigue ayudando en el devenir de nuestra afición belenista. Fue él, quien, a través de su empresa de creación y exportación de artesanía, Mango y Papaya, nos presentó al autor, nos ayudó a la siempre delicada operación de negociar el precio del conjunto y coordinó los procesos, tantas veces complicados, de transporte y autorizaciones aduaneras.
¡Arre, caballo,
viva ese Niño,
rosa de mayo.
¡Arre!
Trota camello.
Viva la Virgen
de rostro bello.
¡Arre!
Anda caravana aprisa
que Belén ya se divisa.
Corre, corre, galopa, vuela,
picando espuelas a tu corcel.
Tres personajes
y en su cortejo
noventa pajes.
¡Dale!
Crines de oro,
frenos de plata,
jinete moro.
¡Anda!
Barbas de santo,
túnica larga,
jinete blanco.
¡Vamos!
Rostro felino,
bridas de seda,
jinete chino.
¡Vino!
¡Magos de la buena estrella,
adorad a la más bella!
Regia tropa caravanera
¡ay quién pudiera
contigo ir!
¡Arre, caballo,
viva ese Niño,
rosa de mayo.
¡Arre!
Desde su propio origen, los belenes no solo constituían una obra artística, sino fundamentalmente catequética y doctrinal.Por ello, no era extraño que en los mismos se recogiesen muchos de los elementos claves que formaban parte de su camino de fe.
No podía faltar en los belenes la representación de Dios Padre, con todos sus atributos y poder (las llamadas glorias de los belenes napolitanos y españoles), habitual aún hoy en muchos de los nacimientos mexicanos ; la de nuestros Primeros Padres, ligados al episodio del Pecado Original del que el nacimiento de Jesús viene a redimir; o la de los profetas que anticiparon la venida del Mesías, presencia que, en los belenes españoles, franceses e italianos explica la aparición de la figura de la gitana, recuerdo inmediato de las sibilas bíblicas.
También podían recogerse otras tantas escenas provenientes de los evangelios canónicos – el sueño de José, la circuncisión de Jesús, la Presentación de Jesús en el Templo, Jesús entre los doctores…- o de los apócrifos: la presencia de las parteras y el milagro que cura a una de ellas, Salomé; la escena de Virgen en la fuente; Jesús y los pajaritos; el milagro de las palmeras del desierto, que ofrecen sus frutos, y su sombra, a la Sagrada Familia…
No obstante, a partir de finales del siglo XIX, la mayor parte de las escenas hasta aquí mencionadas desaparecen casi por completo, para fijar aquellas que, como un arquetipo establecido, llegan hasta nuestros días: la Anunciación a María; la Visitación de María a su prima Isabel; el Camino hacia Belén; la Petición de Posada; el Nacimiento de Jesús; el Anuncio a los pastores; la Caravana de los Reyes Magos,su visita a Herodes y la Adoración de estos en el Portal; la Degollación de los inocentes; la Huida a Egipto junto al regreso; y el Taller de Nazaret.
Una de las tipologías belenísticas más características de Perú es la de los belenes de retablo o cajones de San Marcos. Herederos de los pequeños armarios con imágenes que portaban los primitivos frailes españoles, pronto se hicieron muy populares, siendo transportados por arrieros de lugar en lugar, con la presencia continua del patrón protector de los ganados, San Marcos, de donde esta típica artesanía toma su nombre.
El que aquí presentamos es obra de uno de los más importantes retablistas peruanos, Maximiano Ochante Lozano, nacido en Huamanga, departamento de Ayacucho, el 12 de octubre de 1959.
Durante todo el año, el retablo, expuesto como decoración en un sitio principal de la casa, debe permanecer cerrado. Solo el 22 de diciembre, se abre la parte superior, en las que unos angelitos tocan la campana, anunciando que algo importante va a ocurrir. En la noche de ese día, la parte mostrada se cierra.
El día 23 por la mañana, se abre el lateral de la izquierda, donde se presenta la escena de la Anunciación a María, cerrándose esa parte de nuevo al término del día.
El día 24, también en la mañana, se descubre el lateral derecho, donde se advierte de la necesidad de cumplir con los mandamientos antes de asistir a la contemplación del retablo por completo. Minutos más tarde de exhibirse, el lateral se cierra.
A las doce de la noche del día 24 de diciembre, o al retorno de la familia de la Misa de Gallo, el retablo se abre por completo, mostrando su prodigiosa elaboración, con esa escena central de la Natividad, en la que se recrea una vieja leyenda española: los ángeles que visitaron al recién nacido, al ver su desnudez en medio de la fría noche, cortaron con unas tijeras los pelos del rabo del buey y las crines de la mula para confeccionar el primer vestido que abrigase y fajase a Jesús.
Adquirimos este retablo personalmente en Lima, en el propio taller de don Maximiano. Corría el año 1988.Llegamos a la casa que él entonces habitaba, en el popular distrito de San Juan de Lurigancho, ascendimos al segundo piso y allí encontramos al artista y a esta espléndida obra de arte, desde entonces, una de las preferidas de nuestra colección. En el próximo año 2021 esperamos que nos llegue otra de las obras de este gran maestro desde su Ayacucho natal, donde actualmente reside.
Siendo la de menor tamaño en relación a la de sus padres, –aunque no siempre se guardó esta proporción– la figura del Niño Jesús es la principal del Nacimiento , pues todo gira en torno suyo.
Hasta el Barroco, el Niño recién nacido solía representarse envuelto en pañales o fajado, como aún sigue siendo muy común en los belenes peruanos. Es ésta una interpretación iconográfica que tiende a evidenciar la relación entre el Nacimiento y la Pasión de Jesús, pues su fajado también prefigura la mortaja.
A partir del siglo XIV, en la pintura – con casos de excepcional inspiración y belleza, como el de Bartolomé José Murillo - y en la escultura empieza a ser frecuente encontrar la figura de Jesús desnuda o semidesnuda, cubierta con un “paño de pureza” similar al que se empleará en la imagen del Cristo crucificado. Dicha desnudez desea mostrar que en Él, además de la divina, se da también la naturaleza humana.
Y para enfatizar su condición de desamparo y humildad, el pequeño recién nacido suele aparecer echado directamente sobre el suelo, sobre la tierra –que humildad deriva de “humus”– o recostada sobre un lecho de paja, sencilla yacija para quien ni siquiera tiene cuna.
“Este Niño chiquito / no tiene cuna. /Su padre es carpintero, / le va a hacer una. / Ay nana, nanita, nana. / Ay nana, nanita, ea. / Mi Jesús tiene sueño, / bendito sea”.
Un sueño que es paz y anuncio del futuro pasional que aguarda al Niño.
Que su cuerpo yazga sobre las pajas no es tampoco hecho fortuito o baladí. Aparte de estar en consonancia lógica con el lugar en el que nació, un espacio rústico donde se cobijan animales, alude al trigo, al pan eucarístico al que ya nos hemos referido en anteriores informaciones. Una identificación que también se recoge, con cierto humorismo, en algunos villancicos navideños españoles:
“Si tú quieres comer pan, / blanco como la azucena
en el Portal de Belén / la Virgen es panadera.
San José lo tiende, / la Virgen lo amasa
y el Niño Jesús / lo vende en la plaza.
La Virgen amasa el pan / en el horno de Belén.
Los pastores le traen leña / para que pueda cocer.
San José lo tiende…
Con un canasto de flores / iba el Niño a vender pan.
A los ricos se lo cobra / y a los pobres se lo da.
San José lo tiende…”
Especial importancia adquiere en la figura del Niño la posición que adoptan brazos y manos. Aquellos suelen estar abiertos, en solicitud de abrazo, de acogida, pero también como nueva prefiguración dramática de la Cruz en la que habrá de morir.
Con respecto a las manos, la izquierda suele mostrarse abierta, con la palma hacia arriba, gesto que en el lenguaje corporal se relaciona con pedir, solicitar y, al mismo tiempo, con dar y entregar.
La mano derecha adopta una posición peculiar y arquetípica: dos de sus dedos – el índice y el corazón-están levantados, generalmente unidos, expresando nuevamente la doble condición humana y divina, además de manifestar que Jesús es el Hijo, la segunda persona de la Trinidad que completan el Padre y el Espíritu Santo.
Al mismo tiempo, esta posición de los dedos se convierte en un gesto de bendición, en tanto los otros tres dedos ligeramente flexionados aluden nuevamente a la propia Trinidad.
Recordar por último que, según la tradición, la figura del Niño Jesús ha de colocarse en el belén a las doce de la noche del día 24 de diciembre - ¡nunca antes! - o una vez bendecida por el sacerdote en la Misa del Gallo.
Sin duda alguna, María, la Virgen María, es, al lado de la de Jesús, la figura principal de todo nacimiento. Su presencia junto al Niño es constante y amorosa. No hay en semejante relación de afecto ningún cambio a lo largo de los tiempos, si bien de la severidad medieval de la Virgen portadora de Jesús,frontal, sentada en su trono- Teothokos o Kyriostisa ( la que sostiene al Niño) -, conduciendo a Jesús en el camino de la vida – Hodegetria- va dando paso a la Virgen de la Compasión- Elousa – para, a partir del Renacimiento, y de la expansión de la Orden Franciscana, mostrarse cercana y tierna, madre arrobada , feliz, en muchas ocasiones nutriente de su querido hijo, como en la iconografía, tan extendida en España, de la Virgen de la Leche o Virgen nodriza o nutricia, Galactotrofusa, -imprescindible el recuerdo a la pintura de Luis de Morales - motivo que se hace también presente en ocasiones en los belenes y que nos llevaría a enlazarlo con episodios mitológicos, ligados Isis y Horus, dioses egipcios, o a la creación de la Vía Láctea en la cosmogonía griega y romana.
Fue común en las primeras representaciones artísticas del Nacimiento – en el arte bizantino y a lo largo del románico- encontrar a una María que reposa sobre el suelo, o sobre su manto, vigilante del sueño y al cuidado atento de su hijo. El continuo crecimiento del fervor mariano a lo largo de los años –especialmente en España, con episodios históricos ciertamente extraordinarios- pronto hará modificar su posición, y adoptar la prototípica en la mayor parte de las representaciones belenísticas, deudora de las Revelaciones de Santa Brígida: se presenta a María arrodillada junto a su hijo, con el tronco levemente inclinado, la cabeza flexionada en señal reverencial y de recogimiento y las manos estiradas, unidas por las palmas, en señal de oración, o con los dedos cruzados, imprecando su perdón, implorando su ayuda, recordando sus temores, que ¿ cómo podría ella cuidar a Dios?
Lo que es prácticamente invariable es el ropaje que cubre a la Virgen y los colores que lo adornan: el blanco de la pureza, el azul celestial y el rojo o rosa, pues fue ella quien dio la carne a Jesús .Y algo que resulta ciertamente curioso: muchas veces su manto se pliega siguiendo el protocolo real que marcaba cómo habrían de llevarlo las emperatrices.
También es digno de observar el modo en que presenta su pelo, con frecuencia descubierto – como en la Edad Media correspondía a las doncellas –, o ligeramente tapado – como lo hacían las que eran madres. De este modo se quiere significar su maternidad virginal, primero de los dogmas que la Iglesia católica estableció en torno a María.
El aspecto general es el de una joven, casi una adolescente. Y su figura, sigue pautas canónicas, tal y como recoge Francisco Pacheco, tratadista y pintor, suegro de Velázquez en su Arte de la Pintura: “Hase de pintar esta Señora en la flor de su edad, de doce o trece años, hermosísima niña, lindos y grandes ojos, nariz y boca perfectísima, y rosadas mexillas, los bellísimos cabellos tendidos…”
En los belenes conventuales y eclesiásticos era frecuente incorporar, junto a María, en un rincón de la escena la compañía del lirio, flor que desde el siglo VIII simboliza la virginidad de María. De ahí que sean tres las flores que suelen emplearse, para significar que María fue virgen antes, durante y después de la concepción y parto de Jesús.
A lo largo del tiempo, la representación plástica de San José fue variando. En las primeras representaciones de la Natividad ni siquiera aparecía; posteriormente, ya en el Medievo, hizo su entrada, en forma de un joven, de edad algo mayor que María, o más habitualmente de un hombre de edad avanzada, calvo o con el pelo encanecido, casi siempre con barba. Solía situarse a distancia de la escena central del Nacimiento, con rostro huraño, de desconfianza e incluso de enojo, cuando no dormido (tal vez también en alusión al episodio del Sueño de José, en el que un ángel le revela la divina concepción de María).
Posteriormente, a partir del siglo XV, su figura se hace más cercana y tierna, en lo que tanto tuvo que ver Santa Teresa y la Orden Carmelita. Será a partir del Barroco cuando el Santo cobre un especial protagonismo, al tomarlo como protector de su reforma carmelita y difundir la devoción del Santo como padre de Jesús. La Santa de Ávila escribirá uno de los relatos más hermosos que se han escrito sobre este Santo: “Tomé por abogado y protector al glorioso San José, y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores, este padre y señor mío me sacó con más bien de lo que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa tan grande las maravillosas mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; de este santo tengo experiencia que socorre en todas las necesidades, y es que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre, y le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide .Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios” (Libro de la Vida, cap. 6).
Aparece entonces un San José que mira amorosamente a María y al Niño, que cuida de la familia, que recibe complacido a ángeles, pastores y reyes, o que incluso lleva al Niño en sus brazos.
Es en estos momentos cuando ya San José muestra los elementos iconográficos con que le conocemos hasta el día de hoy. En primer lugar, la vara, símbolo de ser un varón de Israel, que también lo emparenta con Moisés, a quien Dios concedió una vara semejante para que guiara a su pueblo y sintiera que El, el mismo Dios, siempre estaría a su lado. La forma en la que José se apoya en su vara también es muy característica: las dos manos sobre la parte superior, con la izquierda sobre la derecha, signo de su condición de guía en la educación de Jesús y de su papel protector de la Sagrada Familia. Como también lo que de ella brota o se posa: flores de almendro, flores de lirio – siempre símbolo de pureza – y/o una paloma –señal de vida y de santidad-. Y del Espíritu Santo.
Viste San José un manto de color pardo o amarillo – convertido en su reliquia principal -, propio del gremio medieval de los carpinteros, que cubre una túnica de color morado y azul, símbolo de su sufrimiento ante la duda de la concepción de su esposa.
Cuando se le representa en camino, toca su cabeza con un gorro de peregrino, llevando sobre sus hombros un hatillo, y calzando unas sandalias, para recordarnos la larga marcha que tuvo que cubrir desde Nazareth a Belén. Y, más tarde, desde Belén a Egipto. Y, años después, de Egipto a Nazaret. Cuando se le representa descalzo es para darnos a entender que el santo reconoce el carácter sagrado del Niño y del lugar del Nacimiento, como lo hizo Moisés ante Yahvé en el episodio de la zarza ardiente y en el de la entrega de las Tablas de la Ley en el Monte Horeb, también conocido como el Monte Sinaí.
Finalmente añadir que, en muchos de los belenes europeos, se muestra a San José portando una vela, farol o fanal, tal como Santa Brígida de Suecia, patrona de Europa, lo recogió en sus Revelaciones. O como lo narra nuestro cancionero navideño, cuando dice: “San José fue a por candela / porque está la cueva oscura. / Cuando volvió la encontró / toda llena de hermosura.”
Y una curiosidad: al no ser San José el padre biológico de Jesús, - de ahí que muy frecuentemente se le muestre como un anciano – recibió el apelativo culto de padre putativo, término que, en la mayor parte de los escritos eclesiales, se abrevió tomando las dos primeras letras de esta locución. Y así nació la costumbre de llamar Pepe a los José. Como Pacos a los Franciscos, abreviatura del modo en que se mencionaba al de Asís en los textos eclesiales: Pater Comunitatis.
Los belenes de retablo, que tan populares habían sido en Perú desde los tiempos del descubrimiento y posterior colonización, precisamente por su idiosincrasia popular, fueron casi olvidados a partir de mediados del siglo XIX. De ahí la importancia de don Joaquín López Antay,( Ayacucho, 1897-1981) que , desde el año 1919, rescató esta artesanía, formando , años más tarde, la primera generación de retablistas que hicieron resurgir esta expresión artística genuina. En el año 1976 le fue concedido a don Joaquín el Premio Nacional de la Cultura, otorgado por el Gobierno de Perú.
El retablo que aquí presentamos se configura en varios niveles. En el superior, se refleja el nacimiento de Jesús, al que acuden a adorar incluso los cóndores, aves sagradas en la mitología de los incas, quienes creían que comunicaba el mundo superior (Hanan Pacha) con el mundo terrenal (Kay Pacha).
El nacimiento de Jesús produce la vida – espiritual y terrenal – y la Naturaleza así lo refleja, con los abundantes frutos de la tuna o nopal- nuestra chumbera – que recolectan los agricultores. Ese es el tema del segundo nivel. En el tercero, la cosecha se lleva al mercado, donde observamos diversos puestos de venta, como el pobladísimo de los típicos sombreros de Ayacucho, de paja blanqueada, ala ancha, y cinta de color negro. La venta en el mercado da pie a la fiesta – cuarto nivel-, donde se canta, se baila y se celebra uno de los festejos más populares de la región: el Toro de Pascua, que tiene lugar precisamente el Sábado de Gloria. Una fiesta que nos lleva de nuevo al nivel inicial y principal del retablo. Y de él, a las siguientes calles del retablo, en un ritornello incesante. Esta pieza ingresó en la colección en el año 1982 y la adquirimos personalmente en la ciudad de Cuzco.
Amapolas de Belén
hoy con sangre se han “teñío”,
porque Herodes el cruel
ha degollado a mi niño.
- “Sordaíto”, “sordaíto”,
no le quite usted la “vía”,
que es un “probe” huerfanito
de una mujer que fue mía.
¡Mal fin tenga el feroz
degollador de Inocentes;
así lo “premita” Dios,
que se muera de repente!
Camina la Virgen Pura,
camino de Nazaret,
con su Niñito en los brazos
que más bello que el Sol es.
A la mitad del camino,
pidió el Niño de beber:
“- No pidas agua, mi vida,
no pidas agua, mi bien,
que van los ríos muy turbios
y ya no se “puen” beber”.
Un poquito más adelante
hay un verde naranjel
cargadito de naranjas,
que ya más no “pué” tener.
Un ciego lo está cuidando,
un ciego que no “pué” ver.
“- Ciego, mi buen cieguecito,
si una naranja me “dié”
para la sed de este Niño
un poquito entretener…
“- Coja usted, buena señora,
coja usted, buena mujer.
Y en cogiendo para el Niño,
coja las que quiera usted.”
La Virgen, como era Virgen,
no cogía más que tres.
El Niño, como era niño,
todas las quiere coger.
Cuantas el Niño cogía
volvían a florecer.
“- Tomad, ciego, este pañuelo.
Limpiad los ojos con él.”
Apenas se fue la Virgen,
aquel ciego empezó a ver.
“- ¿Quién sería esa señora
que me ha hecho tanto bien?
Si será la Virgen pura
y el niñito de Belén.
Si será la Virgen bella
y el glorioso san José.”
Ha nacido el “churumbé”
en una noche lunera.
Tendrá planta de calé
y risa cascabelera.
San José es de mazapán
y la Virgen, de canela.
Y este Niño es un bizcocho,
hecho de azúcar morena.
No lo quiero carpintero,
ni tampoco de la fragua,
ni gitano canastero.
Lo quiero Rey de las almas.
San José es de mazapán
y la Virgen, de canela.
Y este Niño es un bizcocho,
hecho de azúcar morena.
Los gitanos son de bronce
y los payos, de hojalata.
Y el chavea del Portal,
mejor que el oro y la plata.
San José es de mazapán
y la Virgen, de canela.
Y este Niño es un bizcocho,
hecho de azúcar morena.
En todos nuestros belenes ocupan un lugar importante el buey y la mula (o el asno). La presencia de ambos tiene relación con el cumplimiento del anuncio del profeta Isaías en el Antiguo Testamento, que dice: “El buey reconoce a su señor y el asno el pesebre de su amo”. Y el de Habacuc, cuando proclama: “Te manifestarás entre dos animales”.
Ambos animales ya figuraron en la representación del Nacimiento que San Francisco de Asís montó en Greccio – a lo que hicimos referencia – y han permanecido invariablemente en la mayor parte de las creaciones de los artistas que reflejaron en su obra el tema de la Natividad. Buey, mula y asno son reflejo de la Palestina rural en la que nació Jesús y justifican más si cabe la realidad de un pesebre. Pero su presencia, como casi todo en el belén, y en el Arte, significa mucho más.
El buey, por su carácter pacífico y paciente, es signo de obediencia. De voluntad. De perseverancia. De trabajo. Y, al tener presencia destacada en las religiones del Antiguo Egipto —el buey Apis–, simbólicamente podría también representar a los no judíos, a los gentiles.
El asno nos lleva a la humildad. Y a una de las más bellas leyendas del Romanticismo, pues él será el jumento que acompañe a la Sagrada Pareja de Nazaret a Belén; el que, con su aliento – como el buey- proteja del frío al Niño recién nacido; quien les conduzca a Egipto. Y finalmente, en sus últimos momentos de vida, el que, sobre su lomo lleve a Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén.
La mula tiene significados más complejos: como símbolo de la terquedad, en las primeras representaciones de la Natividad y, cuando este animal aparece en ella, representa a quienes del pueblo judío no reconocen a Jesús como su Mesías. Incluso, en ocasiones, la mula parece enfadada y no es infrecuente que, en algunos frescos medievales, se la vea mordiendo los pañales que envuelven a Jesús. Así aparece en una de las bellísimas miniaturas, conservada en la Biblioteca de El Escorial, que ilustra la Grande e General Estoria del rey Alfonso X. O en el tierno villancico panameño que dice: “El buey, como humilde / la paja le echaba / en tanto la mula / lo descobijaba.”
Pero hay otra motivación más conmovedora – y tal vez más pretendida - para la mula y el buey.
En las sociedades primitivas uno de los valores más importantes era la fecundidad, pues sólo la descendencia aseguraba la propia supervivencia de la familia y, por extensión, de la comunidad. Por tanto, la fertilidad ocupaba un lugar muy principal. Por el contrario, la infertilidad se consideraba un problema, cuando no un castigo. (Recuérdense los episodios bíblicos de santa Ana y San Joaquín, padres de la Virgen, y sus lamentos hasta su tardía maternidad/paternidad. O, en el mismo sentido, lo ocurrido con Isabel, la prima de María y su esposo Zacarías).
Pues bien, ambos animales, buey y mula, son infértiles. El buey, por capado. Y la mula, por híbrida. Un elemento más para enfatizar la voluntad de Dios de acoger a los preteridos, de hacer que los últimos sean los primeros.
El Anuncio o Anunciación a los pastores, es, junto al de los Reyes Magos, uno de los motivos de más frecuente tratamiento artístico en el ciclo de la Natividad de Jesús. Con su presencia, no solo se da entrada a la cultura campesina – con toda su potencia naturalista y anecdótica – sino que se quiere representar a la Humanidad, desde su jerarquía y condición más inferior.
Y es que el hecho de que ellos sean los primeros en conocer el divino alumbramiento, y de acercarse a adorar al nuevo Rey, rompe por completo las convenciones del protocolo ante la proclamación de un monarca. No son, como era preceptivo, los más poderosos, la nobleza, la aristocracia, los que acuden en primer lugar a rendir fidelidad y pleitesía, sino los más humildes, los desarrapados y preteridos. Porque en la Palestina de los tiempos de Jesús, el oficio de pastor era tenido como un trabajo despreciable. Según testimonios de la época “…la mayoría de las veces eran tramposos y ladrones; conducían sus rebaños a propiedades ajenas y, además, robaban parte de los productos de los rebaños. Por eso, estaba prohibido comprarles lana, leche o cabritos” (J. Jeremías). No podían ser jueces ni testigos, ni tenían ningún derecho civil. Es más, ejercer de pastor podía ser la condena para quien hubiera cometido un delito de hurto. De ahí que la presencia principal de los pastores en el Nacimiento de Jesús sea una razón más para entender el sentido fundamental de su llegada: redimir a los pobres (de cuerpo y de espíritu). Y no deja de conmover que, cuando aquel Niño, que es hombre y Dios, metafóricamente escoja una profesión a desempeñar, un título con el que ser reconocido, se dé a sí mismo el de Buen Pastor.
Una vieja tradición sostiene que los pastores que acudieron a presenciar el nacimiento de Jesús fueron tres, al igual que los magos, en uso de ese número tan cargado de simbología, que , por solo citar dos casos, Murillo o Maíno toman por pauta en sus maravilloso cuadros. Siglos antes, en un relieve carolingio en marfil conservado en Londres, se representan ya a tres pastores. Corre el año 810. Como dones – Francisco Pacheco, tratadista y pintor ya mencionado en otra de estas entradas informativas -ofrecieron a Jesús “un cabrito o cordero, un cesto lleno de tortas y un canasto de diversas frutas…” Sus nombres eran Isacio, Josefo y Jacob. Como parece atestiguarlo el descubrimiento realizado en el último tercio del pasado siglo XX.
En la villa salmantina de Ledesma, muy cerca de Portugal, durante las obras de restauración de la iglesia, acometidas en el año 1965, se encontró una arqueta que, al ser abierta, descubrió unos restos humanos y un pergamino en el que se puede leer: “Los gloriosos Josefo, Isacio y Jacobo, pastores de Belén que merecieron ver y adorar los primeros a Cristo, Dios y hombre recién nacido en el Portal.”
Hay un detalle en la narración evangélica de la Adoración a los pastores, que no debemos dejar pasar por alto. Porque es la primera vez que el Niño sonríe. Y lo hace precisamente dirigiéndose a ellos, para que entiendan el verdadero sentido de las palabras del ángel anunciador: “Vengo a daros una nueva de grandísimo gozo ( Annuntio vobis gaudium magnum)”, curiosamente las mismas palabras que se usan para proclamar la elección de un papa.
Sentado en un banco, en un lugar sombreado, pero con buena luz natural, el artesano apoya en sus piernas los trozos de madera. Estudia su forma, acaricia su textura, constata su grosor. Poco a poco va descubriendo qué puede salir de esa madera. Y es entonces cuando, con la ayuda de una cuchilla, una gubia o un formón, el creador comienza su obra.
Desde muy niño, Leandro Espinosa Gutiérrez trabajó la talla en cuerno de res, madera y corcho, aprendiendo de su padre en la ciudad de Papantla, estado de Veracruz, su lugar natal.
Al paso de los años se especializó en la técnica de la madera escarbada, para lo que acopia y descorteza troncos de sus árboles favoritos para la talla – el cedro rojo, el copal (árbol del incienso azteca), el guanábana (árbol de la chirimoya), el zapote o el aguacate – y con la ayuda de gubias y formones, va calando dichos troncos, al tiempo que va labrando finamente las figuras, hasta conseguir sus primorosas filigranas de madera.
Conocimos al maestro Espinosa el año 1991, en una de las grandes Ferias de Artesanía celebradas en México D.F. Nos recibió con toda cordialidad y nosotros pudimos solicitarle la elaboración del nacimiento que aquí exhibimos, dejando en su libertad creadora la composición de la pieza.
Un año y medio después, la obra llegó a nuestra casa. Aún recordamos el asombro que nos causó su contemplación. Y el olor aromático de la madera, que aún sutilmente conserva.
En este belén, y en su base, figura la representación de un animal, la tortuga, para los indígenas nahuas tezcacóatl ayopechtli, la diosa de los nacimientos, el animal que, junto al caracol, sería el último en llegar a Belén y que, precisamente por ello, los niños mejicanos, en una tradición probablemente heredada de España, acercan a la cuna de Jesús en la noche del 24 de diciembre.
La Pirámide de Navidad (en alemán Weihnachtspyramide) es un elemento decorativo navideño tradicional, típico de la región montañosa de Erzgebirge – los llamados Montes Metálicos, por su rica minería de plata y estaño-, cadena que hace de frontera natural entre Alemania y la actual República Checa.
Consiste en una estructura troncocónica, tallada en madera, generalmente de tilo o abedul, con diferentes pisos o niveles, decorada tanto interna como exteriormente , en la que se exhiben todo tipo de figuras y personajes: la Sagrada Familia, los Reyes Magos – de tan arraigada presencia en Alemania, pues en Colonia reposan sus huesos , en un hermosísimo arcón de oro, para cuya custodia se construyó su bellísima catedral gótica- , pastores, soldados y multitud de ángeles.
En la parte inferior de la construcción, y en varios de sus niveles, existen unas cazoletas sobre las que colocar las velas que imprimirán a la pieza su función primordial.
Porque, al encender las velas, el calor que se desprende sube hasta el lugar superior de la Pirámide, haciendo moverse las aspas que la coronan y logrando que toda la construcción entre en movimiento.
Las mejores pirámides de Navidad, como la que aquí mostramos del artesano Richard Glasser, se fabrican a mano en la población de Seiffen, la “aldea de los juguetes de madera”.
La mayor pirámide de Navidad del mundo mide 14,65 metros de altura y se coloca todos los años en la famosa plaza Striezelmarkt, en Dresde, donde tiene lugar uno de los más antiguos mercadillos de Navidad de Alemania. En él, en el año 1997, asesorados por quien regentaba el establecimiento Baden-Baden en Madrid, pudimos hacernos con esta pieza que, en la parte inferior, tiene una caja de música que, al darle cuerda, entona las notas del más universal de los villancicos: Noche de Paz.
La Virgen amasa el pan,
José cepilla el “maero.”
y el Niño, juega que juega,
muy juntito al carpintero.
Muy juntito al carpintero,
la Virgen amasa el pan.
Yo se lo aseguro a usted,
que esta familia es de cuatro.
Jesús, la Virgen, José …
¡Viva el Espíritu Santo!
Yo se lo aseguro a usted.
Sí señor, que está muy bien “cantao”.
Sí señor que está muy bien “tocao”
Sí señor que está muy bien “bailao”.
En el taller de José
hay cola “pa” mucho rato
porque el doctor patriarca
“tó” lo cobra “mú” barato.
“Tó” lo cobra “mú” barato,
en el taller de José.
La gente que los veía
murmuraba por lo bajo:
“- Aquí no se libra “naide”
de vivir de su trabajo”.
La gente que los veía.
Sí señor, que está muy bien “cantao”.
Sí señor que está muy bien “tocao”
Sí señor que está muy bien “bailao”.
Si la presencia de los pastores en el episodio del Nacimiento – y consecuentemente en el belén- significa el ingreso del pueblo llano, la de los tres Reyes Magos incorpora al estamento de los poderosos e iconográficamente introduce también el lujo y el esplendor, tal y como se puede observar en muchas de sus representaciones. Sus ricas y exuberantes vestimentas. El cortejo que les acompaña. Los recipientes en los que presentan los regalos...Todo remite a la riqueza de las cortes reales, a sus mansiones y palacios.
Pero ¿realmente los componentes de tan ilustre visita eran tres, eran magos, eran reyes…? No existe en los evangelios canónicos ninguna mención que pudiera avalar lo que la tradición ha convertido en una afirmación irrefutable. Así que nueva y felizmente nos introducimos en el territorio del misterio.
¿Por qué se establece en tres su número? Más allá de la significación simbólica de esta cifra, como ya hemos apuntado con anterioridad, probablemente la razón estriba en que tres fueron los regalos que presentaron al Niño, suponiendo que cada uno fuera portador, a su vez, de uno solo de los obsequios: el oro, el incienso y la mirra.
Tres regalos que encierran un mensaje doctrinal: el oro se le ofrece como rey, el incienso, como Dios, y la mirra como mortal, pues, ya desde muy antiguo, con esa esencia fragante se perfumaban los cuerpos de las personas fallecidas, para que así pudieran emprender su viaje al Más Allá.
Además, ese mismo número representaba tres edades concretas del hombre: la ancianidad, la adultez y la juventud. Pasado, presente y futuro. Y eso también explica el orden fijo con que siempre los nombramos en España, Melchor, Gaspar y Baltasar, como muestra de respeto a los mayores: Melchor, el más anciano, Gaspar, el de edad intermedia. Y Baltasar, el más joven de todos.
Mucho más tardía es la asociación de los magos con las tres razas humanas conocidas en los primeros siglos del Cristianismo. De hecho, en las más antiguas representaciones de los Reyes Magos, presentes en las Catacumbas y en los sarcófagos, todos ellos presentan los rasgos de la raza blanca. Serán las relaciones comerciales entre Asia y Europa, especialmente a partir de la Ruta de la Seda, y, siglos después, los grandes descubrimientos marítimos portugueses, en pleno siglo XV, tanto en África como en Asia, los que terminen inspirando a algunos artistas el hecho de introducir las razas negra y asiática en la representación de los magos. El color de estas tres razas también se hacen presentes en aquellas figuraciones en que los Reyes montan sus caballos, siendo el blanco para Melchor, el cobrizo para Gaspar y el negro para Baltasar, pues siempre fue éste el rey representante de los africanos… y el más querido por los niños. Cuando en el siglo XVI se inicia la colonización de América, hay un artista portugués, Vasco Fernandes, que anecdóticamente introduce en uno de sus cuadros la presencia de un rey ataviado al modo de las tribus del Amazonas. Lo podemos comprobar en el cuadro que cuelga en la catedral de Viseu.
También entonces es el momento en el que aparecen distintas monturas para cada uno de ellos; el caballo, para el Rey europeo; el elefante, para el Rey asiático; el camello, para el Rey africano.
La condición de magos deriva de la traducción literal del término griego magoi, con que se les designa en el Nuevo Testamento. Pero magoi no significa exactamente magos, sino sabios, estudiosos. Y recordemos que , en los primeros siglos de la Era Cristiana, la Astrología formaba parte principalísima de las disciplinas a dominar por quien dedicaba su vida al conocimiento.
Es más: a partir del siglo VIII, la Iglesia ve con absoluta prevención el tema de la magia, asociada al oscurantismo, la idolatría y el satanismo. Y de ahí que a la palabra Magos se una la de Reyes, para separarles definitivamente de una equívoca interpretación, de valor peyorativo. Nuevamente las profecías apoyan semejante atribución: “Los reyes de Tarsis y las islas traerán Tributo; los reyes de Sabá y de Seba pagarán impuestos: todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones”. (Salmos 72,10-11)
Los Reyes Magos son los protectores de los viajeros, cuidadores de albergues y hospederías – es muy frecuente encontrar en ellos la inscripción de sus iniciales - antídoto eficaz contra las tormentas – de ahí que sus iniciales estén grabadas en el exterior de muchas de nuestras campanas – y los grandes protagonistas, especialmente para los niños, de la Noche de Reyes, cabalgata incluida, en una tradición nacida en España y luego expandida por varios países del mundo, en alguno de los cuales tanto la fiesta, como la figura de los Reyes Magos, adquieren una especialísima importancia.
Y, aunque la Iglesia oficial no ha proclamado su santidad, ellos lo son para buena parte del pueblo cristiano.
Por último, un breve comentario sobre la estrella que les guía. Investigaciones recientes han probado que, en el año en que se cree nació Jesús, se produjeron en el cielo sucesos realmente extraordinarios con la triple conjunción planetaria de Júpiter, Saturno y Marte, los tres planetas más brillantes. Y esa podría ser la estrella o cometa que condujese a tan insignes viajeros al encuentro con Jesús, en un trayecto que se calcula podrían haber cubierto en setenta días.
La figura de los ángeles, como mensajeros divinos que traen noticias a los hombres o que rodean la presencia de Dios, entronca con tradiciones anteriores al Cristianismo. Ángeles custodios y adoradores existían en las antiguas culturas mesopotámicas. Y, en la Grecia y Roma anteriores al Cristianismo, se rindió un culto especial a un dios alado, Hermes, Mercurio, viajero principal – de ahí que sea el dios del comercio-- y llevando su vara o cetro, – llamado caduceo – portador de mensajes divinos. De ahí que nuestra palabra ángel derive directamente del vocablo griego angelos, que significa literalmente mensajero.
En el ciclo de la Natividad de Jesús, el primero de los Ángeles que aparece es San Gabriel, encargado de anunciar a María la Buena Nueva de su concepción. Aunque San Gabriel es más que un ángel: es un Arcángel, lo que quiere decir que pertenece a la categoría de los ángeles principales, que comparte, entre otros siete, con San Miguel, guardián del Paraíso, y San Rafael, cuidador y sanador de los enfermos.
San Gabriel es el ángel que anuncia a Zacarías el embarazo de Isabel, y al que castiga por no creerle, dejándole mudo. San Gabriel será también quien se aparezca en sueños a José para revelarle el misterio del embarazo divino de María., escena también frecuente en nuestros belenes.
Ángeles, según el folklore popular, llevan las riendas de la burrita que conduce a María a su encuentro con Isabel en el episodio de la Visitación: “La Virgen va de visita / que su prima un niño espera. / Las riendas de la burrita / dos angelitos la llevan”., es quien revela a San José el carácter divino del embarazo de María.”
De nuevo un ángel, esta vez sin nombre, se hará presente en el Anuncio a los pastores. Otro ángel avisa a los Reyes Magos de que no retornen a ver a Herodes. Un ángel advierte a San José del genocidio de Herodes y ángeles también guían a la Sagrada Familia en su huida a Egipto…
Y cómo no referirnos a los ángeles que presencian, celebran y proclaman el nacimiento de Jesús. Ángeles alados. Ángeles niños, ángeles adolescentes, ángeles adultos, portadores o no de incensarios, tantas veces tañendo instrumentos o mostrando el mensaje escrito sobre una tela – la llamada filacteria- en la que se lee “Gloria in excelsis Deo“(Gloria a Dios en los cielos). Y, en los laterales del portal, o en el espacio superior, entre la techumbre y el cielo, la presencia de querubines, una palabra que viene del hebreo y significa “los que están más cerca de Dios”. Y solo se hacen visibles a los ojos de personas de buen corazón.
Hay un detalle muy interesante en la iconografía de todos estos ángeles. Y tiene que ver con el tipo de plumas de sus alas. Porque, en función del ave de la que proceden, representan una función u otra. De paloma suelen ser las alas de los ángeles de la paz. De águila, la de los ángeles mensajeros. De cisnes o pavos reales – símbolo de la resurrección – las de los ángeles adoradores… Y en los belenes napolitanos es frecuente que el cortejo de ángeles que rodean al niño tengan las alas multicromáticas. No son tales, sino el reflejo de todos los colores de la Nueva Vida, que nacen del Niño y que en ellas se reflejan como en una bóveda de plumas.
Uno de los belenes de los que más disfrutan los pequeños que visitan las exposiciones que muestran piezas de nuestra colección es el llamado Belén de los Gnomos, que, año tras año, hemos ido incrementando desde que, en 1997 adquiriésemos las primeras figuras.
Se acercaba la Navidad. Por razones profesionales, estábamos en Copenhague. Y en uno de nuestros paseos por la ciudad, como nos ha ocurrido en tantas otras ocasiones, la fortuna nos conduciendo Así, sin rumbo cierto, llegamos hasta el establecimiento en cuyo escaparate se exhibía el grupo central de este belén: la juguetería Skovalfen, en la calle Studiestraede 40.
Faltaba poco para cerrar. Entramos y fuimos atendidos con exquisita amabilidad, pudiendo disfrutar de la belleza y encanto de las simpáticas piezas que acabábamos de descubrir. Además, gracias a la dueña de la juguetería, conseguimos el teléfono y la dirección de la artista que las elaboraba, Birgitte Frigast, quien, días después, tuvo la generosidad de recibirnos en su taller.
Allí pudimos admirar muchas otras de sus creaciones e iniciar una relación de amistad que felizmente perdura hasta nuestros días y que ha hecho posible que hayamos podido reunir más de veinte figuras de este conjunto, algunas de las cuales – como la del Niño en la cuna- fueron modeladas exclusivamente para nosotros.
Cada una de la figuras que integran el Belén de los Gnomos es muy especial. Todas son diferentes, aunque el proceso de elaboración siga pautas similares: primero se moldea en barro la cara, cabeza y cuello de cada personaje; de este modelado se obtienen los primeros moldes que luego son rellenados para producir sucesivas copias en porcelana. Terminado este proceso, se incorporan los ojos de cristal y el cabello. Entretanto se fabrica el maniquí, de madera y alambre, al que se unirá la parte ya elaborada y se confeccionan los vestidos y complementos que exhibirá cada personaje. Finalmente se les incorpora el calzado, esos típicos zuecos que lucen todas las figuras se les colocan sus menos populares gorros cónicos y… ¡¡¡ la pieza está terminada!!!
Que no quiero sol ni luna,
ni farol ni candelita.
Que no quiero sol ni luna.
Que para alumbrar la cuna
sobra con tu lucecita,
estrella de mi fortuna.
Sobre tu cunita,
Niño, he visto arder
una farolita como las del tren.
Como las del tren que alumbra con gas
a la media noche y a la “madrugá”.
Tu luz por Belén asoma.
Camina, lucero mío.
Tu luz por Belén asoma,
que un Niño recién nacido
tiene la Blanca Paloma
y brilla más que el rocío.
Sobre tu cunita,
Niño, he visto arder
una farolita como las del tren.
Como las del tren que alumbra con gas
a la media noche y a la “madrugá”.
Mi niño tiene un belén
de cartón, corcho y serrín.
Mi niño tiene un belén.
Las figuras de oropel.
Lo que más me gusta a mí
es la estrella de papel.
Sobre tu cunita,
Niño, he visto arder
una farolita como las del tren.
Como las del tren que alumbra con gas
a la media noche y a la “madrugá”.
Un Räuchermann (“hombre fumador” en alemán) o Räuchermännchen (“hombrecillo fumador'”, también llamado Raachermannel en el dialecto del Erzgebirge, es un ornamento navideño originario de dicha región sajona y muy popular en la parte oriental de Alemania.
La primera mención documentada de un Räuchermann data de 1830. Desde tan lejana fecha vienen adornando las casas de esta zona minera junto con los Schwibbogen (candelabros ornamentales de varios brazos), figuritas de mineros y ángeles, y pirámides navideñas, como la que también exhibimos en Belenes del Mundo.
Los Rauchermanen se tornean en maderas como el abedul, el haya, el tilo o el aliso, para posteriormente proceder a su pintado, barnizado y posible incorporación de adornos o complementos.
Como en el caso del grupo que mostramos, dedicado a los Reyes Magos, cada figura consta de dos bloques superpuestos y separables.
El inferior, que suele corresponder a la base circula que sustenta cada figura, y los pies y piernas de la misma, alberga en su parte interna una pequeña cazoleta donde se deposita el pequeño cono de incienso que, en su momento, puede ser encendido.
El bloque superior corresponde al tronco, extremidades superiores, y cabeza de las figuras. El interior de este segundo bloque está perforado verticalmente, de modo que el humo del incienso, una vez prendido, pueda salir por el orificio practicado en el lugar que cada artesano determine. En el caso de las figuras del grupo que exponemos, el orificio de salida se ha ubicado en la misma boca.
Son varios los juegos de Reyes Magos quemadores de incienso que tenemos en nuestra colección. El que aquí comentamos lo adquirimos en la ciudad de Frankfurt, en el año 1988, en uno de los puestos de artesanía que circundaban el recinto de la mayor Feria del Libro del mundo: la Frankfurter Buchmesse.
Este belén austriaco, procedente del taller de Lotte Sievers-Hahns, quien se formó como tallador en la región de Erzgebirge antes de retornar a su Austria natal, es una bella muestra de la labor de este obrador, que lleva funcionando desde el año 1919.
A su característico tallado, con figuras realizadas en madera de tilo y pintadas individualmente con óleos, este belén añade una característica que lo hace único: más allá de la Sagrada Familia, de los angelitos y de los Reyes Magos, el resto de los personajes que lo integran pertenecen al mundo de los cuentos tradicionales.
Y así podemos encontrar en él a Blancanieves y los siete enanitos; a Hansel y Gretel; a Caperucita Roja y el lobo; al Rey de las Nieves; a la Bruja malvada, ante cuya presencia el gato eriza su lomo; a las siete cabritas y su madre; a los tres cerditos… hasta a la rana que espera un beso de amor para volver a transformarse en el hermoso príncipe que siempre fue, antes de su arrogancia castigada.
También figura en la composición el personaje de la serpiente, en recuerdo al episodio del Paraíso Terrenal, del que el nacimiento de Jesús nos viene a redimir. Una figura que refuerza el carácter abierto y generoso del mensaje de Jesús, que a nadie excluye, ni siquiera a quien, desde tiempos seculares y en buena parte de la cultura occidental, es la representación por antonomasia del Mal.
El Belén de los Cuentos lo adquirimos en Viena, en 1984, en la maravillosa juguetería Josef Kober, que fundara en 1868 quien le da nombre, situada muy cerca de la hermosísima catedral de San Esteban y de la casa donde, durante años, vivió Mozart.
Por valles y por montañas, yo
caminando he “llegao” al belén.
Me despertó el lucerito aquel
y, anda que andarás, me trajo tras él.
“- Ven detrás de mí y feliz serás”
- me dijo su voz que era celestial-
“-Ven tras de mí y feliz serás
porque al rey de los cielos tú verás.”
Saca del “cofré”
la “panderetá”
y dale “fuerté”,
que es Nochebuena.
Que es Nochebuena,
saca del “cofré”
la “panderetá”
y dale “fuerté”.
Las telas que te he traído aquí
con vellones de lana yo tejí.
Porque tienes que abrigarte bien
que el invierno viene duro y cruel.
Ante ti, Jesús, me quiero postrar
porque sé que es tu cuna un altar.
Niño Jesús me perdonarás
porque yo no sé “entoavía” rezar.
Saca del “cofré”
la “panderetá”
y dale “fuerté”,
que es Nochebuena.
Que es Nochebuena,
saca del “cofré”
la “panderetá”
y dale “fuerté”.
En no pocas ocasiones, los belenes reflejan tradiciones y leyendas que sirven de inspiración a los artistas que los elaboran. Ese es el caso de esta preciosa figura del Ángel de la Luna, realizada en el taller G. de Brekht y creada en Estonia.
Cuenta un viejo relato que, la noche en la que nació Jesús, todos los astros del cielo descendieron al Portal, para contemplar al Niño.
También lo hizo la Luna quien, para ver mejor la escena, se posó sobre un charco que había justo a los pies de la cuna en la que reposaba el bebé.
Desde allí disfrutaba de aquella noche inolvidable, de las nanas que María entonaba para dormir al recién nacido. Y del silencio que, dormido ya Jesús, inundaba todo el Portal.
Hasta que, en tropel, llegaron los pastores, a quienes un Ángel acababa de anunciar la llegada del nuevo Dios.
Y fue entonces cuando, uno de aquellos pastores, deseoso por acercarse lo más posible a la cuna de Jesús, pisó el charco donde reposaba la Luna y ésta se rompió en mil pedazos.
Todo lo vio María y, llamando a unos de los ángeles que sobrevolaban el recinto, le ordenó que, uno por uno, fuera recogiendo los fragmentos de Luna, hasta volverla redonda y completa.
Cuando el ángel finalizó felizmente su labor, la Luna lució de nuevo. Radiante, feliz y… precavida, suspendida ahora en lo más alto del cielo…
Esa es la vieja y bella historia que recoge esta figura que, en la hermosa guirnalda que la adorna, como pequeñas comas azuladas, nos muestra los retazos lunares.
Kralicky , con sus 1.424 metros hasta la cima, es la montaña más alta de los Sudetes Orientales, cordillera ubicada en el límite que separa la actual República Checa de Polonia.
Las explotaciones de minería a cielo abierto- hoy ya sin actividad –, frecuentes a lo largo de toda esta cadena montañosa, configuran un paisaje peculiar, con las laderas excavadas en forma escalonada. Por ello, los belenes que adoptan esa misma estructura vertical en escalón reciben en la República Checa el nombre popular de Králický.
El que aquí presentamos es realmente excepcional. Tallado en madera de arce, supuso dos años de trabajo de su autor.
Con el fondo de una simulada ciudad centroeuropea, tachonada de estrellas, todo un mundo se despliega en este belén extraordinario. El herrero que golpea su yunque; el portador de cántaras, que hace una pausa en su caminar; el campanero que anuncia la Buena Nueva; el tonelero que fabrica los envases para el vino que luego será la sangre de Cristo; el carpintero, armado de cepillo y gubia; el alfarero, que modela sus vasijas en el torno; el hombre que repara la sed en la fuente; el pastor al que se le resiste una cabra y el que cuida de su rebaño; quien, alegre, levanta su jarra de cerveza, en señal de júbilo; la hacendosa dama que prepara la comida en la lumbre; el portador de un pájaro en su jaula, al que un perro asusta, provocando la risa de quienes le rodean… Un verdadero documento de la sociedad diecicochesca que aquí se refleja, sin olvidar la presencia de los ángeles volanderos y músicos y la de la estrella de Belén.
En su parte inferior, se acomoda la escena principal del Nacimiento, en tanto, en el piso inmediatamente superior, y sobre el propio recinto sagrado, se congrega una orquesta, con su telón al fondo, como si realmente se encontrara en el interior de un teatro y que bien pudiera estar interpretando cualquiera de los preciosos villancicos populares checos – los populares koledy- , como el universalmente conocido de El pequeño Tamborilero, canción navideña de origen checo.
Detalle singular es descubrir en este prodigioso belén a su propio autor, Josef Nevtl, que podemos ver representado tallando una figura en el tercer nivel de la calle vertical que se encuentra a la derecha del Králický.
Conseguimos incorporar este belén en el año 2000, gracias a la ayuda del belenista checo Alexej Adamik. A su guía. A su constancia. Y a su paciencia.
Este Niño no tiene
cama ninguna.
Los brazos de su madre
le hacen de cuna.
¡Ay nana, nanita, nana!
¡Ay nana, nanita, nana!
Duérmete lucerito
de la mañana.
Clavellina de mayo,
rayo de luna,
entorna los ojitos
que ha “dao” la una.
¡Ay nana, nanita, nana!
¡Ay nana, nanita, ea!
Mi Jesús tiene sueño,
bendito sea.
Este Niño chiquito
dormir no quiere.
Los ojos tiene abiertos
como las liebres
¡Ay nana, nanita, nana!
¡Ay nana, nanita, nana!
A dormir, clavelito
de mis entrañas.
Duérmete, corderito,
no tengas miedo
Que tu madre te mece
junto a su pecho.
¡A nana, nanita, nana!
¡Ay nana, nanita, ea!
Que mi niño bonito
durmiendo “quea”.
Llegamos a la última de las ventanitas de nuestro CALENDARIO DE ADVIENTO.
Desde el 10 de noviembre de 2020, hasta este 6 de enero de 2021, hemos tenido el inmenso placer de compartir con todos vosotros multitud de informaciones, villancicos e imágenes. Hemos paseado por alguna de las piezas de nuestras querida Colección. Y, gracias a vosotros, profundizado en ese mundo, casi infinito, del belén, testigo de una tradición secular, pero también símbolo de esperanza y renovación para un presente que debe impulsarse siempre desde el valor de la fraternidad. De ello depende, en buena medida, un futuro mejor, solo alcanzable si renunciamos al afán de poseer y consumir y lo sustituimos por compartir y respetar.
Habéis sido más de 7.000 las personas participantes en nuestro CALENDARIO. Miles y miles las páginas que habéis consultado. Y más aún, los ánimos y el apoyo que, desde el primer día, nos habéis ido brindando. También no pocos de vosotros habéis tenido la gentileza de acompañarnos en nuestra exposición Belenes del mundo, exhibida , desde el 11 de diciembre de 2021, en el Teatro Ramos Carrión de Zamora, y que han visitado cerca de 8.000 personas, todo un récord en los difíciles tiempos que, a causa de la pandemia, estamos atravesando.
Por todo ello no podemos sino agradeceros vuestra colaboración y desear que, en un mañana no demasiado lejano, podamos poner en marcha otras iniciativas culturales similares, en las que también seáis los protagonistas principales.
Nuestra gratitud también a la Fundación General de la Universidad de Salamanca, a la Diputación de Zamora y a cuantas entidades y personas han hecho posible esta feliz iniciativa. El ciclo de los festejos navideños se cierra; pero seguirán vigentes, por todo el año, los valores que en él renacen: la amistad, la buena voluntad, el amor.
El mismo de aquel pequeño nacido en Belén que desea albergarse en cada uno de nuestros corazones. Ese Jesús, centro, fundamento y razón de ser de los belenes y de la Navidad, a quien homenajeamos y recordamos, invitándoos a entrar en este último enlace, que es también nuestra más cariñosa despedida: